El avión tenía 40 pasajeros e iba rumbo a Austin. Estaba lleno y sobrevendido. Donde quiera que uno escuchara una conversación, aparecía la palabra mágica: ‘South by’. Todos viajábamos al festival.
Como es usual, el aeropuerto estaba lleno de publicidad de SXSW. A medida que uno se acercaba al punto neurálgico –el Centro de Convenciones de Austin– los bares, restaurantes y locales les daban la bienvenida a los visitantes, que aun no llegaban en masa. Pronto comenzaron a aparecer las brigadas de contratistas, obreros y voluntarios, que ponían todo a punto. Cuando ustedes estén leyendo esto, el trabajo ya estará casi terminado.
La organización del festival aun no ha publicado cifras oficiales de asistentes –Mashable calcula que serán unos 20.000–, pero hay algunos indicios de que la cosa es grande: todos los hoteles en el centro de Austin estaban reservados desde agosto del año pasado. La única manera de conseguir dónde dormir era hospedarse en los pueblos cercanos o arrendar un apartamento.
Además de eso, hay que contar con los eventos no oficiales que se hacen en Austin en los días del festival. Casi todos los bares y clubes de comedia tienen algo preparado para estas dos semanas, mientras algunos talentosos desconocidos llegan a la ciudad a ver si encuentran el camino al estrellato.
Por eso, en todos lados se ven carpas en construcción, camiones de comida parqueados, gente con credencial y postes llenos de publicidad. Y aunque la mayoría de los locales parece estar contentos, no todos lo están. Frente a un letrero que decía “Welcome to SXSW“, un sujeto –flaco, calvo pero barbado, con saco negro de capucha– desenfundó su dedo del medio.
–¡Que se joda esta m***!
–¿Por qué? –le pregunté.
–¡Aburriiiido! –respondió, al estilo Homero Simpson.
El hombre no me volvió a decir nada y siguió su camino.
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