Después de tener el sitio caído por una semana, el lunes salió al aire la nueva versión de Chatroulette, la popular página que conecta a dos extraños y los pone a verse y oírse por medio de la cámara web y el micrófono del computador. En principio, parecía una excelente idea. Uno conocía a alguien y si perdía interés simplemente daba clic en un botón para que el sistema aleatoriamente lo conectara con alguien más.
El grave problema llegó cuando la mayoría de la gente empezó a usar el servicio como su propia película porno. Se veía más piel que en una <a title=”Fotografías de Spencer Tunick” href=”http://www.artnet.com/usernet/awc/awc_thumbnail.asp?aid=425378777&gid=425378777&works_of_art=1&cid=129836″ target=”_blank”>fotografía de Spencer Tunick</a>. Chatroulette prometió que la nueva versión iba solucionar estos problemas.
Pero lo único que cambió fue la interzar de la página.
Antes las cajas de video eran estáticas. Ahora, en la nueva versión, el usuario puede cambiar el tamaño y la ubicación. El botón para conectarse con otra persona quedó encima de la caja para introducir texto. Increiblemente no tiene una etiqueta que explique su función. Simplemente está ahí. La otra novedad le permite al curioso escoger qué cámara y qué micrófono quiere usar. Pero estos sólo son cambios superficiales. Es como caer en las garras de la ex novia. La primera noche uno piensa que todo mejoró y que hay un cambio profundo. Sin embargo, al otro día uno se levanta y a los 10 minutos se acuerda por qué terminó.
La promesa de giro en el contenido (no tener que ver a gente desnunda) nunca llegó. Todavía es más probable ver a alguien tocándose, que encontrar una conversación agradable con alguien en otro país. Pero de pronto este es el único camino de Chat Roulette. Es, simplemente, otro medio de pornografía en Internet.