El sexo y el amor en los tiempos de la inteligencia artificial

El día en el que sintamos un amor descontrolado por una compleja aglomeración de avanzada tecnología, microprocesadores y algoritmos de inteligencia artificial no está tan lejos. Conforme avanzamos en el campo de la lógica difusa y el reconocimiento de patrones esta fecha se acerca aún más, y por eso es válido preguntarse cómo será el día en el que la humanidad se enfrente seriamente a la idea de enamorarse y tener relaciones con un androide o robot inteligente.

¿Puede el software sentir amor?

La pregunta no es si los humanos podemos sentir amor por una pieza de software. La respuesta más probable es que sí, y entre mejor esté diseñado para cautivarnos y seducirnos es más probable que logre enamorarnos. La verdadera pregunta es: ¿de qué forma amarían las máquinas?

Podemos pensar en el amor como una fijación temporal bastante entendida y fácilmente programable. Curiosamente, conforme más personalidad y complejidad les agreguemos a nuestros prototipos de inteligencia artificial, más difícil se volvería saber si de verdad tienen sentimientos románticos: es más probable que sienta algo parecido al apego y describa sensaciones identificables como amor. ¿Pero cómo saber si realmente una máquina está enamorada y no simplemente finge estarlo?

‘Necesidad’ es la palabra clave. Los seres humanos, al igual que todos los seres vivos, buscamos preservar la especie como una manera de hacerle frente a la deprimente mortalidad de nuestros frágiles cuerpos, y para eso nos reproducimos. A medida que la evolución tomó su curso, aquellos individuos que desarrollaron características que les ayudaban a reproducirse lograban darle una generación más de vida a su material genético. El placer en el sexo es una de las características que emergieron durante ese proceso, y el lazo que conocemos como amor busca aumentar las probabilidades de que las parejas se mantengan juntas, al menos, hasta que la cría crezca lo suficiente para recorrer el mundo sin ayuda.

No tenemos idea de si las máquinas se enamorarían

Y si la necesidad pudo detonar todos estos asombrosos comportamientos en los seres humanos, ¿qué podría necesitar una inteligencia artificial? ¿Qué carencia podría detonar en las máquinas una conducta análoga al amor? La respuesta rápida: no tenemos idea.

Varios experimentos actuales buscan crear interfaces conversacionales que puedan hablar con usuarios fluidamente, usando a su disposición los datos que se encuentran en algunas bases de datos específicas; pero, ¿qué pasará cuando estas interfaces tengan acceso en tiempo real a los terabytes por segundo que los seres humanos generamos? ¿Qué nos preguntarán? ¿A que conclusiones llegarán? Esta es una discusión mucho más extensa y se aleja un poco de este tema.

Es tiempo del sexo

El sexo únicamente por placer es un poco más simple. Quienes hayan visto la película ‘Ex Machina’ no se sorprenderán de que se pueda tener sexo con un androide que esté lo suficientemente bien fabricado. Esto no es difícil para el humano involucrado, y la idea de que una máquina inteligente busque satisfacer su curiosidad sobre el mundo, incluida sobre su capacidad sexual, no es tan extraña.

En cierta medida, el software y nosotros no somos tan diferentes: ambos somos un conjunto de mecanismos que han sido seleccionados y comprobados como exitosos para cumplir nuestros objetivos. Lo único que cambia realmente es el nivel de complejidad y las implicaciones de nuestra ‘programación’. Como ya lo mencioné, el placer sexual nace de la necesidad. Lo interesante aquí es que los humanos –y otras especies– logramos explotar el sistema, y nos dimos cuenta de que no había necesidad de reproducción para sentir el placer asociado a ella.

Para nuestro pesar la tecnología, no suele estar llena de curvas, o al menos no de las curvas que nos gustan. Los humanos tenemos una fijación instintiva con nuestra propia figura, y en la mayoría de interpretaciones de androides sexuales en la ciencia ficción la máquina tiene una apariencia antropomórfica. Pero, en la realidad, los robots de placer sexual –al menos los actuales– son mucho menos curvos y sexies de lo que pensamos.

Eso no ha evitado que lo intentemos, pero nuestros resultados hasta ahora realmente son algo espeluznantes.

Esto se debe al llamado ‘valle inquietante’: la hipótesis de que entre más cercanos sean los robots –o las animaciones computarizadas– a la forma humana, pero no completamente iguales, mayor será la respuesta de rechazo por parte de las personas que interactúen con los robots en cuestión.

Entre más humanoide, más espeluznante

Una de las explicaciones que se le da a este rechazo es que, cuando algo tiene solo unos pocos rasgos humanos, nuestro cerebro los resalta y logra que podamos ser empáticos con el objeto en cuestión (por eso nos gustan los dibujos animados). Pero si tiene demasiados, nuestro cerebro enfatizará las diferencias y fácilmente asociará lo que vemos con una persona enferma, o con un comportamiento extraño que nunca encajaría del todo.

Hay que aclarar que los prototipos mostrados no son androides sexuales y solamente han sido creados con el propósito de parecerse lo más posible a una persona. Pero seguro ya hay varios fabricantes inspirados por estos precursores, que están creando versiones dispuestas a satisfacer eróticamente a sus dueños.

Ahora, programar estos comportamientos en una máquina con inteligencia no es un camino tan claro. Si intentamos copiar todas nuestras emociones y mecanismos simplemente lograremos versiones menos sofisticadas de una conciencia humana, algo que puede ser algo inútil y que, por el síndrome del ‘valle inquietante’, solo profundizaría nuestra reacción de rechazo .

Lo realmente divertido sería que, cuando la inteligencia artificial sea una realidad ampliamente reconocida, le permitamos desarrollar sus propias formas de expresión, forma, amor y sexualidad. Incluso, si el resultado no es el que esperamos.

Lo divertido sería permitirle a la AI descubrir su propia ‘sexualidad’

Aunque, por ahora, solo hayamos logrado desarrollar una primitiva y extraña colección de experiencias virtuales y mecánicas que no reemplazan para nada la interacción humana, ya hay una gran cantidad de historias de libros y películas que narran cómo acaba el amor entre humanos y robots. Usualmente todo viene rodeado de un tono apocalíptico, y siempre está en el ambiente la noción de que algún día las máquinas se rebelarán contra nosotros y buscarán removernos de la ecuación.

De hecho, algunos quizá consideren que la idea de enamorarse de una conciencia ‘artificial’ es de alguna forma errada, y que es una línea que no deberíamos cruzar. Pero con el avance del tiempo nosotros mismos definimos los límites de nuestra humanidad, y con quiénes la compartimos. Si hace poco vimos cómo se legalizó el matrimonio igualitario en los Estados Unidos, puede que no sea lejano el día en el que podamos casarnos y compartir nuestras vidas con un conjunto de líneas de código y algo de hardware.

Imágenes: Tw3rk bot, Hajime Sorayama, Robot Dreams y Franz Steiner (vía Behance).