Es fácil odiar el efectivo: es poco práctico, a veces se pierde, ocupa espacio y, en general, hace que la vida sea más lenta. También les complica mucho la vida a los negocios. Las transacciones hechas con billetes y monedas son difíciles de rastrear, son más proclives a ‘descuadres’ e imprecisiones contables y son menos transparentes. Además, a gran escala, las dificultades logísticas y de seguridad que implica almacenar y mover cantidades considerables de efectivo son difíciles de afrontar, sobre todo para negocios pequeños.
Por eso, la tendencia global es a disminuir el uso del ‘dinero físico’. En Estados Unidos, según cifras de BI Inteligence, se moverán 80.000 millones de dólares menos por ese medio en 2018 de los que se movieron en 2013, una cifra considerable si se tiene en cuenta el crecimiento de la economía de ese país. Eso quiere decir que los medios no físicos, como las tarjetas o los medios de pago electrónicos, serán cada vez más usados.
Y entre estos métodos, la experiencia de los pagos virtuales es considerablemente mejor que la que ofrece el ‘dinero plástico’. Todos hemos sufrido las fricciones de un pago que no ‘pasa’, un datáfono que se queda sin señal o sin papel o de un sitio que, simplemente, no recibe nada más que efectivo. En cambio, un entorno en el que el pago no es un problema no solo es cómodo y seguro para el comprador: también le permite al vendedor concentrarse en ofrecer un mejor producto o experiencia, sin preocuparse por las molestias asociadas al intercambio de dinero.
Luego de una transición lenta, los usuarios de todas partes se están habituando a las transacciones totalmente virtuales. Las compras en línea están disparadas, y en Colombia ya equivalieron en 2013 a una cifra superior al 2% del PIB, según la Cámara Colombiana de Comercio Electrónico. Cada vez más aplicaciones de uso cotidiano, como los servicios de transporte o de compra de comida, implementan soluciones de pago en línea.
Todo eso junto ha servido para derribar la desconfianza que generaban las transacciones electrónicas hace unos años. En cambio, los consumidores han comenzado a apreciar las ventajas que ofrecen los pagos no físicos en conveniencia, comodidad y agilidad.
Según un informe de la firma consultora financiera McKinsey, “los pagos en tiempo real podrían acelerar la guerra contra el efectivo y crear una fuente de ingresos adicional de 80.000 millones de dólares en 2018, al reemplazar las transacciones en efectivo por transacciones electrónicas”, escribe en un informe. Y en vista de la oportunidad, las grandes tecnológicas como Apple, Samsung o Google están metiéndose en este negocio.
Aunque el sueño de muchos de nosotros es vivir en un mundo sin efectivo, en el que podamos pagarlo todo –desde una chocolatina en el kiosco de la esquina hasta un carro o un apartamento– por medio de una transacción virtual, lo más cercano al mundo real es una especie de ecosistema en el que conviven diversas modalidades de pago.
Como escribió en TechCrunch Himanshu Sareen, presidente de la firma consultora en tecnología Icreon Tech, comenzaremos a ver “un montón de cambios a pequeña escala que, eventualmente, aportarán a un panorama de pagos más diverso. Comenzaremos a ver los pagos mismos como una herramienta flexible, que no está limitada a algún lugar o plataforma”.
Aval Pay (disponible en Android o iOS) es un nuevo jugador en este ecosistema, y entra a convivir y competir con otras formas de pago. Sus características de conveniencia, seguridad y amplitud lo convierten en un producto orientado al futuro. Los usuarios apreciarán la experiencia que ofrece: ágil y sin fricciones, pero segura. Para los negocios, es ideal porque no implica una inversión en nueva infraestructura y motiva a más personas a dejar de usar el efectivo.
Imagen: Sabelskaya (vía Shutterstock).