‘Chupa el perro’, YouTube y la nueva cultura

El sábado 23 de abril, la Feria del Libro de Bogotá colapsó por la presencia de uno de sus invitados ilustres. Cuando leí la noticia, pensé que se referían al escritor colombiano Fernando Vallejo o a la premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Alexievich. Para mi sorpresa, el causante de la conmoción fue un ‘escritor’ chileno llamado Germán Garmendia. Me pareció extraño no conocerlo, ya que nunca había escuchado que esta tradicional feria cultural hubiera vivido un caos similar, aunque luego me enteré de que sucedió algo parecido una vez que trajeron a Chespirito.

Ansioso por conocer a este afamado hombre de letras, que entre los jóvenes generó lágrimas, gritos y peloteras, al mejor estilo de una estrella de rock, busqué información sobre él en internet y descubrí que su incursión en el mundo de la literatura es muy reciente, ya que en realidad se desempeña como youtuber. Eso me hizo sospechar que se trata de un caso similar al de otra intelectual de nuestro tiempo, Paris Hilton, quien pese a haber admitido que casi nunca lee libros, convirtió su primera obra, ‘Confesiones de una heredera’, en un bestseller.

Así que entré a YouTube y vi algunos de los videos de Garmendia. Como había leído que su canal tiene 27 millones de usuarios registrados, presumí que él era algo así como el David Letterman o el Woody Allen de YouTube, pero tuve una leve desilusión. Sus videos muestran a un joven que hace muecas constantemente frente a la cámara, que cuenta historias algo babosas sobre por qué es un mal novio y que a veces baila al ritmo de canciones con alto contenido poético, como ‘El taxi’.

Realmente intenté que los videos de Garmendia me gustaran

Cuando entendí que no había un error, y que este era el Germán Garmendia que había hecho colapsar una de las ferias culturales más importantes de Latinoamérica, concluí que yo no estaba entendiendo los chistes, que quizá tenía mis tres neuronas embotadas por los vinos del día anterior y que debía hacer un mejor esfuerzo.

Así que reproduje otros videos suyos, y realmente intenté que me gustaran. Quería lograrlo porque pensé que eso me ayudaría a conectarme con ‘las nuevas audiencias’, pero no funcionó. Me parecieron tontos, y lo peor es que no logré reírme de nada. Eso me pareció extraño porque me río con frecuencia. Supuse que primero debía tratar de ponerme en el estado de ánimo adecuado, así que vi en internet un par de capítulos de ‘El Chavo’ y luego reproduje algunos segmentos de ‘Sábados felices’. Tampoco funcionó. Me preocupé cuando pensé que los videos de Garmendia son tan pendejos que hasta yo lo noto.

Me inquietó que el problema estuviera en el ‘arribismo cultural’ del que sufro desde que descubrí que los feos tenemos buenas oportunidades con las mujeres si aparentamos ser inteligentes. Así que decidí buscar un youtuber de otro lado. El rey es PewDiePie, un sueco que tiene 43 millones de suscriptores en su canal de YouTube. Él tiene tanto éxito que esa empresa decidió crear series propias con PewDiePie como protagonista, imagino que para contrarrestar el éxito que han tenido compañías como Netflix –con series propias como ‘House of Cards’– y Amazon –con ‘Transparent’–. La sensación que tuve con PewDiePie fue similar, aunque se le abona que tiene mejor producción.

Entonces pensé en comprar el bestseller de Garmendia, llamado ‘Chupa el perro’ (supongo que él quería un título polémico, seguramente pensando en ‘Memoria de mis putas tristes’). Pero luego recordé un documental que vi hace un tiempo sobre la escritora estadounidense Fran Lebowitz. Ella dice que a las personas hoy en día les enseñan que deben tener alta su autoestima, y por eso creen que no deberían guardarse sus pensamientos, sino compartirlos con el mundo. Por eso, dice Lebowitz, hay tanto libro mediocre en la actualidad. Aunque comparto totalmente esa idea, hice un esfuerzo por sacarla de mi mente porque sé lo snob que puede resultar que uno caiga en ese tipo de clasismo intelectual.

Y esa es también la razón por la que no pienso darme por vencido con Garmendia. Tengo claro que las nuevas tendencias culturales siempre han sido satanizadas por el viejo establecimiento. Por ejemplo, eso les pasó a los impresionistas, a quienes al comienzo les hicieron el feo en el Salón de París –que era el evento artístico más importante de su tiempo–, o a los roqueros que hoy tanto aprecio, que eran percibidos como drogadictos endemoniados en los primeros años del rock.

Incluso, para tratar de entender mejor el fenómeno Garmendia, llevo un par de días tratando de hablar con la única persona menor de 20 años con la que tengo contacto, una sobrina de 11 años, pero no he logrado comunicarme con ella. Creo que la razón puede estar, precisamente, en algunas diferencias artísticas que tuve con ella durante las vacaciones de fin de año.

Como ella venía de visita, le regalé el primer libro de Harry Potter, cuando supe que no lo había leído. Y en busca de algún tema en común que rompiera sus prolongados mutismos, decidí leer su libro, que me pareció divertido, creativo y bien escrito, algo que no esperaba. Sin embargo, mi sobrina no avanzó mucho en el libro y, lo que es más doloroso, lo dejó en mi casa cuando se terminaron las vacaciones.

Días después, la llamé y le reclamé por haber mostrado tan poco interés en el libro, y ahora no me contesta las llamadas. Creo que también puede estar molesta porque me enfurecí cuando no logré que entendiera por qué Gustavo Cerati tiene más méritos musicales que un tal Romeo Santos, que ella idolatra. Por eso no le he podido preguntar si conoce los videos de Garmendia o si ha leído ‘Chupa el perro’. Espero que no porque un amigo español ya me explicó qué significa el título de ese libro.

Uno no debería sentirse mal por tener buen gusto

También espero no estar transmitiendo la idea de que soy un tipo pretencioso e intolerante. Incluso antes de leer Harry Potter, me parecía genial que jóvenes que antes no soportaban leer ni los subtítulos de una película hayan devorado todos los libros de J. K. Rowling, quien ha vendido 400 millones de libros de esa serie. Cuánto hubiera apreciado la clase de español si en el colegio me hubieran obligado a leer libros de ese estilo, y no clásicos de la literatura colombiana como ‘El diario de Tipacoque’ y ‘El coronel no tiene quién le escriba’, que colmaron mis días escolares de aburrimiento. Menciono este segundo libro intencionalmente porque, cuando lo leí años después, se convirtió en una de mis obras favoritas, pero era difícil que compitiera en mi niñez con los libros de Julio Verne, Emilio Salgari, Jack London y Edgar Rice Burroughs que leía en mi casa.

Claro que mucho va de Julio Verne o Harry Potter a ‘Chupa el perro’… Cuando entro en discusiones de este estilo, algunas personas me recuerdan que hay que respetar los gustos de los demás, y tienen un buen punto. Pero también creo que uno no debería sentirse mal por tener buen gusto.

Igual, lo que me deja tranquilo es que una editorial seria como Random House, la que publicó ‘Chupa el perro’, con toda seguridad lo hizo como parte de una cruzada para promover el amor por la lectura entre los jóvenes. Me siento mal conmigo cuando mi mente sucia me hace pensar que simplemente lo hicieron porque es un buen negocio, y porque muchas editoriales que no quieren quebrarse deciden publicar contenido mediocre que vende, tal como muchos medios de comunicación tradicionales ahora inundan sus sitios web de basura para atraer tráfico.