¿Qué pesa más: el dolor y los anhelos de unos padres cuyo hijo ha muerto… o respetar al muerto…? Ya le explico por qué tengo esa inquietud, pero primero le cuento por qué esos temas me llaman la atención…
Recuerdo lo mucho que me impactó hace varias décadas la película ‘Los niños del Brasil’, basada en un libro de Ira Levin (el autor del famoso clásico ‘El bebé de Rosemary’). En esta cinta, bastante violenta para su época (1978), un médico alemán trata de revivir a Adolf Hitler mediante unos experimentos con su ADN.
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La cinta es protagonizada por dos actores legendarios: Gregory Peck y Laurence Olivier. Y cuenta cómo el doctor Josef Mengele, famoso en la vida real por sus salvajes experimentos con humanos en los campos de concentración de la II Guerra Mundial –entre ellos con niños–, logra que nazcan 94 bebés que en esencia son clones de Hitler.
Luego Mengele distribuye los bebés por diversos países, y trata de reproducir algunos episodios de su vida, con la esperanza de que eso los haga seguir el mismo camino de Hitler. Uno de esos sucesos es perder al padre en la adolescencia (el de Hitler murió cuando él tenía 13 años), y por eso en la película son asesinados los 94 padres de los niños que tienen el ADN del dictador alemán.
Tengo claro que cuando era niño me impactó la violencia de la cinta (para los estándares de hoy es medio rosa), pero también me llamó la atención porque por primera vez me hizo pensar en los engendros que puede generar el uso inadecuado de la ciencia y la tecnología.
En eso no estoy solo. La posibilidad de que la ciencia y la tecnología se manipulen de formas aberrantes siempre nos ha horrorizado, y por eso las distopías tecnológicas suelen tener tanta acogida en la literatura y el cine. Y no me refiero a la era reciente, en donde abundan los ejemplos de ese tipo de historias. Esto es algo sobre lo que se ha escrito desde hace muchas décadas. Me refiero a libros geniales como ‘1984’, de George Orwell (publicado en 1949), o ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley (publicado en 1932), lo mismo que a obras menos memorables, pero también llamativas, como ‘La Isla del Doctor Moreau’, del inglés H. G. Wells (este libro es de 1896).
Quizás a usted la noticia no le parezca tan aterradora como 94 pequeños Hitler deambulando por el mundo (yo conozco un par por aquí en nuestra región), pero a mí me pareció espantosa.
Lo interesante es que algunos de los escenarios que la literatura anticipa se vean cada vez más en la vida real. Hace unas semanas leí una noticia que me pareció bastante ‘freak’, por decir lo menos. Una pareja de ingleses hizo extraer el semen de su hijo muerto, un joven de 26 años que falleció en un accidente de motocicleta, y con este se inseminó a una mujer que dio a luz a un niño en Estados Unidos, que los abuelos adoptaron. Quizás a usted la noticia no le parezca tan aterradora como 94 pequeños Hitler deambulando por el mundo (yo conozco un par que andan por aquí en nuestra región), pero a mí me pareció espantosa.
Supongo que esto se debe a que hago parte del creciente número de personas que voluntariamente decidimos no reproducirnos (algo más común ahora que entre la gente de mi generación) simplemente porque nos parece que la vida tiene cosas mucho más interesantes, divertidas y edificantes que pasarse varias décadas sacrificándose por unos mocosos malcriados y malagradecidos (en mi humilde y retorcida opinión).
Por eso, al leer esa noticia pensé: ¿cómo es posible que ahora ni siquiera después de muerto se libre uno de esa posibilidad? En uno de los artículos que leí lo explicaban así: “Ese matrimonio inglés no iba a permitir que la muerte de su único hijo los privara del sueño de ser abuelos”. Estos simpáticos abuelos incluso justificaron su acción diciendo que para la inseminación habían buscado una mujer con una apariencia que se ajustaba al tipo de pareja que creían que su hijo habría elegido para casarse.
Uno escucha hablar de padres controladores, pero esto ya es demasiado. Y estos exóticos abuelos llegaron a algunos extremos que me parecen muy extraños, y que en Inglaterra son ilegales. Porque aclaro algo: el hijo de ellos no había guardado en vida su semen en un banco de esos, sino que ellos, cuando él ya estaba muerto, le pidieron a un urólogo que le extrajera una muestra de semen al cadáver. Eso quiere decir que su nieto es algo así como el hijo del Doctor Mortis (un cómic que también me impactaba cuando era niño).
Espero no parecer un poco ‘juzgón’, pero esta historia de la vida real da para un buen cuento… de terror.
Imágenes: iStock