Donald Trump pasará a la historia por muchas razones. Una de ellas es ser el primer presidente de los Estados Unidos que perdió su cuenta de Twitter durante su mandato. Por no mencionar el hecho de que también se suspendieran sus cuentas, de manera temporal o permanente, en YouTube, Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat y otras redes sociales.
La decisión ha sido respondida con una frase que hemos escuchado antes: “las voces conservadoras están siendo silenciadas”. Una discusión que, en las voces gritonas más extremas de lado y lado, asegura que las grandes compañías de tecnología tienen una agenda que dirige a la Internet a algún escenario de Cyberpunk en el que el discurso libre sea controlado por un Mark Zuckerberg o Tim Cook.
Jack Dorsey, CEO de twitter, este fin de semana aseguró que la expulsión de Trump de Twitter había sido necesaria, pero también problemática. No podría estar más de acuerdo.
Porque hay que dejar algo claro: los últimos años han demostrado el peligro que representan las redes sociales cuando se permite a voces peligrosas el compartir sus ideas con millones de personas sin mayores consecuencias. El fenómeno de las noticias falsas, que es una de las grandes derrotas de la Internet en esta década, fue potenciado por las acciones limitadas que plataformas como Twitter o Facebook fallaron en crear políticas claras que evitaran que sus influenciadores compartieran mentiras sin mayores consecuencias.
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Pero ante los eventos recientes, la pregunta persiste ¿qué autoridad tienen las plataformas para elegir qué voces silenciar? ¿Qué mensajes detener y cuáles permitir? ¿Qué peligros representa el dejar en corporaciones?
Esta es una pregunta compleja y que requiere de más de una columna de opinión para explorar el problema. Pero, creo, que un primer paso sería enfocarse en una de las causantes del fracaso de las redes sociales en crear un discurso saludable: su incapacidad de regular las voces de sus influenciadores.
Un estudio, publicado en Scientific American, creo unas plataformas en redes sociales aisladas, en las que dividieron demócratas y republicanos y presentaron temas divisivos (migración, control de armas y desempleo). Pero, contrario a lo que esperaban, se encontró que exponer a dos grupos con ideas fundamentales en redes sociales no incrementa la polarización, sino que por el contrario permite que estas voces encuentren más a menudo un lugar en medio. ¿Por qué falló en recrear el mismo escenario tóxico que hoy vemos en las redes sociales?
La razón era bastante sencilla: los influenciadores.
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Aunque cuando pensamos en la palabra influenciadores a menudo nuestro cerebro se dirige a la idea de aquellos millenials que ganan fortunas promoviendo productos por Instagram, lo cierto es que el término aplica a cualquier voz en redes sociales con la capacidad de influenciar la opinión del público. El problema actual es que si bien las redes sociales están hechas para que cualquiera pueda expresas su opinión, su dinámica actual hace que aquellos con mayor influencia sean las que más personas terminen afectando. El número de seguidores, el algoritmo de recomendaciones, las tendencias que dominan los sitios… estas voces privilegiadas gozan de un poder que afecta la conversación.
Lo que resulta peligroso cuando estas voces también están detrás de una agenda. Es la razón por la que hoy sufrimos de bodegas de cuentas falsas que crean tendencias de la nada y construyen una versión distorsionada de ciertos discursos. Por la que los videos falsos se expanden como pólvora cuando una celebridad los comparte o cuando el presidente de los Estados Unidos reclama fraude electoral y llama a sus seguidores a ‘detener el robo’, estos mensajes pasan de ser una publicación en redes sociales a la manera en la que muchas personas construyen su realidad. Es dar legitimidad a mensajes peligrosos y en muchos casos falsos. Se han permitido crear estas burbujas de ‘realidad’ en la que los hechos pasan a segundo nivel.
Es ilógico ignorar el impacto que tienen los influenciadores en redes sociales. Es falso pensar que tienen los mismos derechos o responsabilidades que pepito Pérez, que con sus cinco seguidores publica una opinión. Resulta ilógico esperar que los públicos se autorregulen, cuando se ha permitido crear estos bolsillos de opinión que giran alrededor de figuras con un ‘chulo de verificación’, desde el cual emergen los discursos y las opiniones.
Los influenciadores tienen una responsabilidad con cada carácter que escriben. No pueden esconderse detrás de la libertad de expresión y esperar no sufrir las consecuencias. Es hora de que ellos (y las redes sociales) comiencen a responder.
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