En el 2020, cuando empezó la pandemia del covid-19, mi papá y mi mamá quedaron encerrados en su apartamento en Bogotá en unas condiciones muy poco favorables. Mi hermana, que siempre había estado pendiente de ellos –y que vivía al lado–, se acababa de ir a vivir a otro país, así que ‘mis viejos’ quedaron medio desconectados precisamente cuando más se les iba a complicar la vida. Y su mínimo contacto con la tecnología era una de las principales limitaciones.
En ese año, cuando ella tenía 75 años y él 77, les impactó bastante entender que, en adelante, muchas de las cosas que siempre habían hecho de forma presencial las iban a tener que manejar a través de aplicaciones móviles y sitios web: los pagos de servicios públicos, la compra de vales para su medicina prepagada, los pagos de impuestos, los mercados y otros pedidos a domicilio, el manejo de sus cuentas de ahorros y hasta las reuniones familiares, que a partir de ese momento se limitaron a videoconferencias mediante programas que jamás habían usado.
En su apartamento había un computador Windows viejo que casi nunca usaban (era más para las visitas), mi papá tenía un celular Android con el que se sentía enredado y mi mamá tenía un iPhone antiguo que solo usaba para llamar, tomar fotos y comunicarse por WhatsApp.
Yo soy el único de sus hijos que vive en el país y, en medio de la ansiedad que producía la incertidumbre de esos tiempos, me pareció que la solución para su aislamiento era intentar ‘digitalizar’ sus vidas. Yo podía ayudarles con algunas cosas, pero pensé que tenía más sentido que ellos pudieran valerse por su cuenta para que no dependieran completamente de mí.
Lo que decidí entonces fue empezar a moverlos a un ecosistema confiable y fácil de dominar para personas de su edad y con poco contacto con la tecnología. El de Apple era la elección obvia, ya que esos equipos no solo son muy amigables, sino seguros.
Lo primero que hice fue llevarles un par de iPads que no estaba usando –no de última generación pero recientes–, y remplacé el celular Android de mi papá por un iPhone. Él quedó feliz con el cambio porque ya había tenido un iPhone, y nunca se había acostumbrado al teléfono Android que había estado usando durante cerca de un año, el cual le parecía confuso y menos intuitivo.
Como estábamos al comienzo de la pandemia, ellos solo me dejaron entrar a su apartamento para configurar los equipos y enlazarlos con su red Wi-Fi, y me sacaron corriendo tan pronto pudieron, luego de indicarles muy por encima cómo íbamos a realizar videoconferencias. De ahí en adelante, las explicaciones sobre el manejo de los equipos las tuvieron que recibir de manera virtual, pero no fue tan complicado porque el iPad, un tablet que nunca habían usado, funciona de forma similar a un iPhone y su sistema operativo no es muy diferente.
A partir de ese momento, ellos usaron esos iPads para comunicarse conmigo y mis hermanos, y para sus reuniones virtuales con conocidos y otros familiares. Pero también resultaron muy útiles para lidiar con el aburrimiento de un encierro al que no estaban acostumbrados, ya que antes de que el virus los sitiara ellos salían con bastante frecuencia.
No solo se volvieron adictos a varias series en servicios de streaming, sino que empezaron a buscar y leer información en Internet de una forma más activa que antes. Luego entendí por qué. Para personas que ya tienen algunas limitaciones de visión, un iPad es como un iPhone ‘gigante’, es decir, un dispositivo que les permite realizar con mucha más comodidad labores que antes les costaba bastante trabajo hacer en la más reducida pantalla de sus celulares.
Mi mamá incluso comenzó a leer libros digitales en el iPad, luego de que le expliqué las ventajas, como poder agrandar bastante la letra, hacer resaltados con el dedo y poder leer en las tardes cuando ya no tenía buena luz para disfrutar de un libro de papel. Y mi papá, que duerme muy poco en las noches, apreció la opción de ver series en la cama con unos audífonos, evitando así los conflictos que antes tenía con mi mamá por mantener encendido el ruidoso televisor hasta la madrugada.
Unos meses después, cuando la esperanza de una vacuna todavía parecía lejana, le llevé a mi mamá un Apple Watch, e hice lo mismo con mi papá a mediados del 2021. La posibilidad de que les diera covid-19 me preocupaba mucho por su edad, y quería que ellos pudieran medir con facilidad su nivel de oxígeno en la sangre, algo que ese reloj inteligente hace; adicionalmente, en el caso de mi mamá, era muy útil la app de electrocardiogramas, ya que ella sufre de problemas cardíacos.
También esperaba que las opciones para monitorear el ejercicio y el consumo de calorías en el Apple Watch los motivaran a salir a caminar, y en efecto funcionó. Ellos me dicen que los recordatorios que constantemente les mandan sus relojes sobre la necesidad de pararse, quemar calorías y completar sus minutos de ejercicio diario los motivan a moverse incluso cuando no andan de ánimo para eso.
Mi papá y mi mamá se tomaron la pandemia muy en serio, y por eso su aislamiento fue bastante prolongado, pero eso sirvió: ellos no se contagiaron de covid-19 antes de estar vacunados y con varios refuerzos. Más allá de recibir en la puerta de su apartamento mercados o cosas de ese estilo, nunca quisieron que nos reuniéramos. Por ejemplo, ellos pasaron solos las fiestas de fin de año del 2020.
Lo que yo no esperaba es que se mantuvieran aislados después de las vacunas, en particular mi mamá, pero lo entendí porque ella tiene diversos problemas de salud que la hacían sentir vulnerable. Por eso, que ellos hubieran aprendido a valerse a través de la tecnología fue bastante relevante y es algo que les sigue reportando grandes beneficios, como el hecho de mantenerse más activos física e intelectualmente a una edad en la que eso es muy importante.
Apenas en el 2022 comenzaron a sentirse lo suficientemente cómodos como para empezar a hacer su vida normal, luego de que se contagiaron de covid-19. Con el virus no les fue tan mal como pensaban. Entender que las vacunas servían y tener claro que ese virus no los iba a matar les ayudó a quitar algunas prevenciones.
Solemos pensar que después de cierta edad hay cosas que no vamos a aprender, pero la experiencia con mis viejos me mostró que esa es una prevención infundada, una que de hecho diversos estudios sobre neuroplasticidad revaluaron hace rato. Nuestro cerebro tiene la capacidad de aprender de todo y a cualquier edad. Eso es clave porque la tecnología es algo que ni las personas mayores pueden evadir ahora, ya que las entidades del estado y las empresas se volcaron hacia Internet cuando el virus nos encerró, y ese cambio no va a tener reversa.
Por eso me pareció que podría ser útil compartir algunas cosas que aprendí al ayudarles a ‘digitalizar’ sus vidas, y además quisiera explicar algunas de las ventajas que tiene el ecosistema de Apple para personas mayores.
La enseñanza debe ser personalizada
Mi papá y mi mamá han ‘domesticado’ los equipos que ahora hacen parte de su vida diaria de una forma bien diferente, y supongo que eso tiene que ver con sus personalidades y experiencias. Mi papá era piloto, no de aviones grandes, sino de avionetas, y cuando era joven tuvo un par de accidentes de los que salió maltrecho, pero vivo: una estrellada en las afueras de Bogotá y un ‘barrigazo’ en Barranquilla un día en el que el tren de aterrizaje se negó a salir. Imagino que alguien que se ganaba la vida volando en máquinas en donde un error puede significar la muerte no tiene problemas para aprender a manejar, mediante prueba y error, aparatos mucho menos intimidantes, como un celular o un tablet.
Por eso no tuve que ahondar mucho en explicaciones con mi papá. Él aprendió a manejar los equipos básicamente ‘cacharreando’, descargando y usando sin miedo diversas aplicaciones y escarbando todas las funciones del sistema. Él también es más dado a consultar las ayudas y a buscar tutoriales en Internet, y por eso siempre que nos vemos me sorprende con alguna app nueva que está usando, o con algún atajo que ha aprendido en el iPhone o el iPad. Incluso le saca bastante jugo al asistente de voz Siri en el reloj, para hacerle en voz alta consultas de información que no quiere tener que hacer manualmente; yo nunca le enseñé eso.
A mi mamá, en cambio, he tenido que explicarle con más detalle el funcionamiento de los equipos en cada visita, pero no porque no esté igual de lúcida, sino porque no le gusta explorarlos por su cuenta; también tuve que insistirle en que no iba a ‘romper’ nada si simplemente escarbaba y exploraba. Creo que mi exceso de recomendaciones en el tema de ciberseguridad, al comienzo de la pandemia, la hizo sentir que Internet –y en general la tecnología– era una especie de campo minado, así que el error posiblemente fue mío.
Poco a poco le he ido explicando que los dispositivos de Apple son bastante seguros, y me he tomado más tiempo con ella para enseñarle con calma el funcionamiento del iPhone, del iPad y del Apple Watch.
Una precaución que tuve fue anotar y guardar las contraseñas de ellos, no solo las de los equipos, sino las de sus Apple ID (unas cuentas que deben crear todos los usuarios de dispositivos Apple). El password del Apple ID solo se necesita de vez en cuando (por ejemplo, al bajar una app nueva), y no es la misma clave del equipo, así que al comienzo se enredaron con eso, y todavía la olvidan con frecuencia.
Anotar esos datos resultó de gran utilidad cuando mi papá terminó con el iPhone completamente bloqueado. Olvidó su contraseña, que no usaba tan seguido porque desbloqueaba el equipo con su huella digital, e imagino que siguió intentando hasta que el celular se bloqueó. Pero es fácil restablecer el dispositivo si uno tiene los datos del Apple ID.
La consistencia de esos sistemas facilita las cosas
Algo que me sorprendió con ellos es la velocidad con la que pasaron de dominar un dispositivo (el celular) a manejar también con comodidad sus tablets y sus relojes inteligentes. Y siento que esto se debe a las características del ecosistema de Apple.
WatchOS (el sistema operativo del Apple Watch), iOS (el sistema del iPhone), iPadOS (el sistema del iPad) y MacOS (el sistema de los computadores Mac) tienen una gran ventaja: su consistencia. Todos los equipos de Apple, a pesar de sus evidentes diferencias, tienen un funcionamiento similar, y la interacción con ellos es intuitiva y sencilla.
Esto se debe a que ese ecosistema tiene una diferencia grande sobre los demás: un solo ‘doliente’. Con esto me refiero a que Apple crea los procesadores, fabrica los dispositivos, desarrolla el sistema operativo, crea muchas de las apps que uno usa a diario e incluso ofrece varios servicios que son muy importantes en ese universo (como Apple TV+, Apple Music, Fitness+, Apple Podcasts y la tienda App Store).
Esto le permite a Apple lograr una integración muy fluida entre el hardware y el software. Gracias a ello, sus dispositivos son estables y seguros, el funcionamiento de los diferentes equipos es consistente, y la comunicación entre ellos es transparente.
En el mundo Android, en cambio, una empresa desarrolla el sistema operativo (Google); varias empresas crean los procesadores (Samsung, MediaTek, Qualcomm, etc.); docenas de compañías diferentes fabrican los dispositivos (Samsung, Xiaomi, Nokia, Oppo, Vivo, etc.); y las apps más usadas a veces son del fabricante del equipo. Encima, los fabricantes de teléfonos suelen montar una interfaz personalizada sobre el sistema Android (la ‘capa de personalización’), lo cual hace que el funcionamiento de los celulares Android varíe, dependiendo de la marca.
En el mundo Windows la cosa es similar: el sistema es de Microsoft, los procesadores de Intel o AMD y los computadores son de docenas de empresas más. En esas condiciones, es muy difícil que se logre una integración tan perfecta entre el hardware y el software.
Todo esto no quiere decir que no haya ventajas en la estructura del mundo Android. Quizá la principal está en los precios. Los dispositivos de Apple son de gama alta y son costosos. En el bando Android hay equipos que son igual de costosos, pero también hay modelos más económicos de fabricantes que se enfocan en los mercados de gama baja y media.
Un ecosistema muy seguro
Otra ventaja del ecosistema de Apple es que es más seguro, algo que era particularmente importante para mi mamá. Los primeros días yo les hice mucho énfasis en el tema de ciberseguridad, en los peligros que hay en Internet, en la necesidad de ser cuidadosos con correos y mensajes extraños, en ser prudentes al abrir archivos que les enviaban, etc. Eso no está mal. Es solo que mi papá lo entendió como una recomendación, mientras que mi mamá quedó bastante prevenida. Por eso tuve que explicarle por qué, sin dejar de ser cauta, podía tener la tranquilidad de que estaba usando equipos muy seguros.
Hay varias razones. En primer lugar, los dispositivos de Apple siempre mantienen su software al día, algo que es bastante relevante. Muchos ciberataques se realizan aprovechando fallas o vulnerabilidades en los sistemas operativos, pero Apple actualiza los sistemas de los equipos de forma constante e inmediata. Lo único que tuve que enseñarles a mi mamá y a mi papá fue a reconocer los mensajes que envía el sistema del dispositivo cuando necesita realizar una actualización. Sin embargo, algunas veces ellos prefieren esperar a que yo los visite para instalar esas actualizaciones.
Cada nueva versión de un sistema operativo mejora, entre otros, la seguridad y la estabilidad de un equipo. Y por eso otra cualidad muy importante de los dispositivos de Apple es que los usuarios pueden instalar cada nueva versión del sistema tan pronto se publica. Uno no tiene que esperar.
En Android esto no funciona así: en ese mundo también hay actualizaciones de seguridad, pero con las nuevas versiones de Android la cosa es diferente. A veces pueden pasar meses o años para que una nueva versión de Android –que ya está disponible– llegue al dispositivo que uno utiliza, si es que llega, ya que eso depende del fabricante del teléfono o el tablet. Hay unos fabricantes que son más eficientes que otros en ese aspecto.
Otra ventaja del ecosistema Apple está en la tienda de aplicaciones. App Store, la tienda de Apple, siempre ha sido más cuidadosa con las apps que permite publicar, mientras que los usuarios de Android constantemente ven en los medios noticias de apps que llegaron a Google Play y que luego se descubre que son maliciosas.
Otra característica que da seguridad es que los sistemas del iPhone y el iPad usan un modelo de sanboxes, que evita que una app ‘desjuiciada’ o maliciosa afecte el funcionamiento de las otras. En iOS y iPadOS todas las aplicaciones de terceros están en un ‘espacio aislado’ (el sandbox), por lo que no pueden acceder a los archivos almacenados por otras aplicaciones o realizar cambios en el dispositivo. Android también usa un modelo de sandboxes, pero algunos opinan que es más permisivo.
Apple también protege con más celo la privacidad de los usuarios de sus dispositivos. Por ejemplo, desde hace casi dos años, las apps que se instalan en el iPhone y el iPad tienen que pedirle permiso al usuario para poder rastrear sus movimientos y su comportamiento en Internet con el fin de mandarle publicidad personalizada. En Android se ha avanzado menos en este aspecto.
Otra razón por la que iOS es más seguro –y eso aplica también a iPadOS– la explica un artículo publicado en el sitio web de la firma de seguridad informática Norton: “El sistema operativo iOS de Apple ha sido considerado durante mucho tiempo como más seguro. ¿Por qué? iOS es un sistema cerrado. Apple no divulga su código fuente a los desarrolladores de aplicaciones. Esto hace que sea más difícil para los ciberdelincuentes encontrar vulnerabilidades en dispositivos con iOS”.
Ese mismo artículo explica que la mayor seguridad de iOS también tiene que ver con el tamaño de su mercado: “Los ciberdelincuentes pueden asegurar más víctimas si enfocan sus ataques en el sistema operativo Android, que es más popular”. Esto se refiere a que Android está presente en casi 80% de los celulares del mundo, mientras que iOS se usa en cerca del 19%. Para los delincuentes es más lucrativo atacar Android porque ese sistema tiene muchos más usuarios.
Las opciones de accesibilidad
Cuando empecé a verme presencialmente con mi papá, me sorprendió al revisar su iPad y su iPhone el enorme tamaño de letra que les había puesto (no solo era muy grande, sino en negrilla). Esta era solo una de las opciones de la sección de accesibilidad que él había modificado para lidiar con algunos problemas de visión que tiene. Ese cambio le permitió utilizar esos dispositivos sin tener que emplear a toda hora sus gafas para leer, ya que ese tamaño y estilo de letra aplica a muchas apps, como el correo, WhatsApp, las notificaciones de los recordatorios, etc.
Yo no soy tan joven, pero la verdad es que nunca había revisado las opciones de esa sección en iOS, ni en iPadOS (se accede a ellas a través de la app Configuración, en la sección Accesibilidad). Al hacerlo descubrí que esos sistemas tienen unas funciones que les facilitan bastante la vida no solo a las personas mayores, sino que son críticas para personas con discapacidades complejas.
Para los adultos mayores, por ejemplo, hay opciones que permiten activar ‘una lupa’, mejorar el contraste, reducir las transparencias, aumentar el tamaño de la letra y hacer que el iPhone o el iPad ‘lean’ en voz alta los textos que uno selecciona (por ejemplo, los de un artículo que uno abre en el navegador). Incluso, el iPhone se puede enlazar con dispositivos de ayuda auditiva que sean compatibles.
Pero no solo hay funciones útiles para personas de edad avanzada, sino también para gente con discapacidades visuales y auditivas más serias. La vida de una persona sorda puede cambiar con estos equipos gracias a una característica que reconoce los sonidos del entorno y envía alertas escritas a la pantalla del iPhone o al Apple Watch (por ejemplo: “bebé llorando”, “sirena”, “timbre de entrada”, “gritos”).
Igualmente, mientras camina, una persona ciega puede apuntar la cámara al frente para que el iPhone le diga en voz alta cosas como “hay una puerta”; además, le indica qué dice en la etiqueta de la puerta (“baño”, “salida de emergencia”, etc.).
En YouTube hay un video que muestra el poder transformador que pueden tener estas opciones de accesibilidad para personas con discapacidades.
El Apple Watch, un gran complemento
El Apple Watch ha resultado una herramienta muy útil en la vida de mis viejos, y no solo por las opciones relacionadas con salud y ejercicio, sino porque termina actuando como una especie de ‘asistente’ para muchas otras cosas.
Tengo la fortuna de que ellos dos se mantienen lúcidos y activos intelectualmente, pero obviamente olvidan con mayor frecuencia que antes algunas cosas. Sin embargo, algo tan simple como activar el temporizador desde el reloj les han permitido, por ejemplo, no volver a olvidar que deben bajarle la intensidad del fuego a algo que tienen en la estufa, o que la deben apagar.
Como mencioné antes, los dispositivos del ecosistema de Apple se comunican entre sí de forma muy eficiente. Un ejemplo son algunas alertas que el reloj manda y que son de gran utilidad: si ellos al salir olvidan su teléfono en la casa o en otro lugar, el Apple Watch les avisa unos minutos después mediante un mensaje en la pantalla:
Como ya tienen algunos achaques, los dos toman varias medicinas, que manejan a través de la sección Medicamentos de la app Salud del iPhone, en donde uno introduce el nombre del medicamento, la dosis y la hora a la que lo debe tomar. Así, esa app les envía recordatorios al celular y al Apple Watch, y les pide que indiquen si ya tomaron el medicamento o no.
Uno además puede configurar en la app Salud su ficha médica, es decir, incluir datos como el tipo de sangre, las alergias que tiene o los medicamentos que toma. Además, esa ficha permite agregar unos contactos de emergencia, que son las personas a las que les llegará una alerta en caso de que el usuario active la opción Llamada SOS, que llama a los servicios de emergencia de la ciudad y envía la ubicación de la persona. En una situación de ese tipo, y si la persona así la configura, esa ficha técnica se puede ver así el iPhone esté bloqueado, lo mismo que en el Apple Watch.
Ellos han tenido la suerte de no tener caídas serias, pero también hay una función del Apple Watch que puede detectar una caída grave, y que avisa automáticamente a los servicios de emergencia (y a los contactos de emergencia) en caso de que la persona no responda luego de unos segundos, lo cual indicaría que está inconsciente.
En el caso del Apple Watch, hay un par de recomendaciones que le haría a alguien que quiera dotar a sus padres de esa herramienta: comprar el modelo de pantalla más grande y el que tiene todas las opciones de salud.
Apple tiene un modelo de menor costo (el Watch SE) que yo no le sugeriría a una persona mayor. Primero porque su pantalla es más pequeña, y para alguien que no ve muy bien eso sería una limitación grande (por la misma razón, me aseguré de configurar en sus relojes solo las carátulas que muestran datos como la hora y la fecha con letra de gran tamaño). Y segundo porque ese modelo carece de dos funciones de salud que me parece que son muy importantes hoy en día: el lector del nivel de oxígeno en la sangre y los sensores que permiten generar electrocardiogramas sencillos (ECG).
Sobre esto último, Apple siempre resalta que el Apple Watch no puede detectar que se va a producir un infarto, pero el reloj sí puede avisar de otras condiciones cardíacas, como taquicardia y latidos intermitentes.
“La app ECG y la funcionalidad de notificación de ritmo cardiaco irregular ayudan a los usuarios a identificar síntomas asociados con la fibrilación auricular, que es el tipo más común de ritmo cardiaco irregular y que, si no se trata, puede derivar en un accidente cerebrovascular, que es la segunda causa más frecuente de muerte en todo el mundo”, explicó Apple hace unos años, cuando esa función llegó a Colombia.
Quizás no todo es mejor virtual
Para terminar, debo decir que en general mis viejos adoptaron la tecnología en cada aspecto de sus vidas, pero hubo un tema en el que el cambio fue parcial: lograr que manejaran sus cuentas de ahorros por Internet.
Yo les instalé las apps de sus entidades financieras, aprendieron a manejarlas y las usan para cosas sencillas, como revisar sus saldos, pero cuando salieron del encierro ambos siguieron realizando sus vueltas en bancos de manera presencial.
Inicialmente pensé que era culpa mía por meterles miedo, pero luego entendí que también era algo asociado a su edad: para ellos ir al banco es algo entretenido, mientras que para mí es una pesadilla.
Caí en cuenta de eso un día en el que acompañé a mi mamá a hacer un trámite en su banco, y vi que saludaba por su nombre a varios de los empleados, e incluso a la gerente de esa sucursal, que también la conocía y con quien se sentó a ‘hacer visita’. Es claro que para ellos hacer sus vueltas financieras en una fría app simplemente es privarse de una salida que disfrutan (aunque dudo que la gerente de ese banco lo disfrute tanto), así que no volví a insistir en el tema.
Por lo demás, siento que su vida ha mejorado bastante desde que se volvieron un par de ‘viejos digitales’. Aunque la intención inicial era que esos dispositivos les ayudaran a sobrellevar un período que habría podido ser mucho más complicado por la soledad en la que lo afrontaron, los beneficios los sigo viendo todo el tiempo: se entretienen más, se mantienen más activos física e intelectualmente, monitorean mejor su salud, ahora son más autónomos y cuentan con diversas ayudas tecnológicas que les han facilitado muchas cosas en su día a día.