Enrique Carlos Anmgulo
[email protected]
La muy cacareada extinción del libro se anuncia hace ya algún tiempo como consecuencia del surgimiento de las diversas formas de publicación digital. Los primeros anuncios se oyeron cuando aparecieron los CD-ROM y luego se intensificaron con las páginas web y demás contenidos en línea.
Pese a todo lo que se dice, no creo que deba ser motivo de inquietud el que el libro de papel llegue a desaparecer. Lo que sí debe causar no poca desazón es que los lectores de carne y hueso sean los que se reduzcan o no aumenten; no digo desaparezcan porque eso sí suena imposible.
A los lecturo-dependientes no nos hace mella una posible extinción o reducción de las publicaciones en papel, siempre y cuando la palabra escrita o los textos se muden a otros medios o pantallas.
A quien ha adquirido el hábito de la lectura poco le importa si le toca recoger un trozo de periódico en la calle, tomar una vieja revista en un consultorio médico o leer en la reducida pantalla de un teléfono celular (cada vez más amplias), de un iPhone o en el monitor de un PC de escritorio o portátil.
En tiempos más recientes la mayor amenaza para el libro de papel procede de los llamados lectores de eBooks, o libros electrónicos. Son dispositivos especialmente diseñados para emular al libro de papel, pero se les añaden diversas funciones y características que solo son posibles en un aparato digital.
Entre esas funciones adicionales están: reproductor de música MP3, libreta de notas, comunicaciones inalámbricas Wi-Fi y Bluetooth, diccionarios incorporados o toda una biblioteca con los libros que más le gustan al usuario. Ahora sí que se acabará aquella pregunta sobre cuál libro te llevarías a una isla desierta.
El ruido que causó el lanzamiento del Kindle, el libro digital de la popular tienda en línea Amazon, revolvió otra vez el tema, y sirvió además para mostrar al público muchas otras marcas de dispositivos semejantes que se disputan el mercado de los eBooks.
El centro de la preocupación de un país -no solo de editores, librerías y otras publicaciones- no es que el libro del papel llegue a desaparecer (lo cual no parece estar cerca pese a tantas predicciones catastróficas), sino cómo hacer para que ese 73 por ciento de los colombianos que no lee revistas, el 68,5 por ciento que no lee periódicos y ese 59 por ciento que no lee libros (datos del Dane, 2005) lean siquiera unos cuantos párrafos al año. Y en general que se lea más. No importa si los ojos se fijan en el papel o en las pantallas.
En el futuro cercano el asunto todavía girará en torno al papel, pero no se debe olvidar que las pantallas ejercen una poderosa atracción sobre todo en las miradas de los más jóvenes.
Es por eso que resulta muy apropiado diseñar estrategias y políticas públicas sobre la lectura en pantallas. Para que los lectores lleguen, no se pierdan, regresen o no se vayan.
]]>