Por JAVIER MÉNDEZ
Editor de Tecnología de EL TIEMPO
En abril de este año, una mañana cualquiera, empecé a sentir en la oficina una sensación de armonía que me pareció perturbadora ¿porque no tenía una explicación para ella¿. Al comienzo pensé que había tenido una especie de epifanía, luego se la atribuí a los recientes triunfos de Santa Fe y al final llegué a la conclusión de que había sufrido un cortocircuito cerebral con el que habían desaparecido las 70 u 80 cosas que me molestan en un día promedio.
Ninguna de las teorías resultó cierta. Días después, mis creencias espirituales seguían iguales, Santa Fe volvió a hundirse en la mediocridad habitual (si pasa a la final, me van a cobrar duro esta frase) y mis aversiones de siempre continuaron en su puesto. Sin embargo, perduró mi serenidad monástica.
Hasta que a finales de mayo descubrí la razón: la cuenta de correo electrónico de ENTER ([email protected]) llevaba más de un mes bloqueada y por ello había cesado la avalancha de mensajes inútiles que engullían buena parte de mi tiempo y me hacían empezar el día con el pie izquierdo.
Yo no había notado el problema porque tengo dos cuentas, cuyos mensajes entran a un mismo buzón ([email protected] y [email protected]), y por ello seguía recibiendo bastante correo. Lo que había cambiado era la calidad del mismo, y me habitué a ese escenario feliz de manera tan inconsciente como cuando se olvida una experiencia traumática.
Sin embargo, después de que el departamento de sistemas solucionó la falla, la cuenta revivió y con ella se abrieron las compuertas del basurero electrónico en el que se ha convertido mi buzón. Y de nuevo me visitó un pensamiento malsano: que cada día detesto más el correo electrónico porque el abuso le está robando a esa herramienta sus enormes cualidades.
Me bastó un rato para recordar de sopetón lo que me estropeaba las mañanas: abrir Outlook y tener que pescar 30 o 40 mensajes reales que están sitiados por 100 o 150 que me ofrecen pornografía, viagra, comida para mascotas, cirugías genitales, trabajos que me harán millonario en dos semanas, adoctrinamiento político, software pirata¿ Eso sin contar los que llegan con virus y spyware.
Llevo mucho tiempo escuchando que el spam existe porque algunas personas compran los productos que se ofrecen. Me cuesta creerlo. Si eso fuera cierto, la mayoría de los hombres seríamos superdotados sexuales, no habría desempleo, uno se la pasaría viajando gratis por El Caribe y nunca robarían a nadie por Internet ¿porque, encima de todo, el correo basura es una fuente común de fraude¿.
Como dudo que la gente sea tan tonta, creo que el spam ya no les sirve ni a los spammers; ellos automatizaron el envío de mensajes masivos a tal punto que rebasaron nuestra capacidad para absorberlos y algunos incluso le estamos perdiendo el respeto al correo.
Por ejemplo, debo confesar que, ante la avalancha, he caído en malos hábitos. Ahora reviso el correo a dos mil por hora, borro lo que parece inútil sin siquiera abrirlo, guardo lo que me interesa en sus carpetas respectivas (cartas de los lectores, preguntas para el Dr. Enter, etc.), proceso las cosas más urgentes y dejo intactos los demás mensajes ¿la mayoría¿ para leerlos después. El problema es que nunca vuelvo a mirar estos últimos.
La razón de ese descuido, que a veces me gruñe desde la conciencia en las noches, es que siempre tengo algo más importante que hacer, y al cabo de unas horas estoy de nuevo tan inundado de correo que ya no tengo la posibilidad de desatrasarme. Por ello, todas las semanas envío ese correo (unos 300 mensajes) a una carpeta llamada Pendientes, que engorda constantemente y a la que seguramente devorará la maleza.
Alguna vez leí que Linus Torvalds, el creador de Linux, hacía algo que me pareció rudo: cuando regresa de un viaje, selecciona todo el correo de sus días de ausencia y lo borra sin pestañear. No tiene reparos porque opina que o trabaja o revisa correo. Yo no lo borro, pero lo dejo en el limbo porque me desbordó por culpa del spam (los que manejen una dirección pública entenderán de qué hablo).
Es una lástima que el correo se haya convertido en el vertedero de hoy. Por ello es urgente que se tomen medidas de choque, como la mezcla entre leyes más fuertes, software antispam que no nos haga escoger entre dejar pasar todo o bloquear hasta los mensajes legítimos (ojalá incorporado en Windows) y filtros corporativos eficientes. Y también hace falta un poco de sentido común por parte de los spammers.
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