Entre la piratería y el abuso

Escribir contra la piratería de software cuando uno es periodista de tecnología es muy fácil: no solo está de por medio el compromiso ético con los lectores y con la industria, sino que entre los beneficios de la profesión está la posibilidad de hacer evaluaciones de programas, que uno puede utilizar por cortesía de las empresas.

Pero el mundo real es muy diferente. Y aunque siempre expresé mi consideración con quienes deben pagar altas sumas de dinero por una licencia, ahora que he debido distanciarme un poco del delicioso mundo de las letras y no he vuelto a recibir software de pruebas, se me ha disparado la solidaridad.

No hay derecho a que los programas sean tan caros. ¿Cómo es posible que en Colombia una licencia de Windows XP Profesional cueste alrededor de un millón de pesos, el equivalente a tres salarios mínimos mensuales? Y no solo tiene que ver el hecho de que acá el software pague impuestos exagerados: en Estados Unidos, el mismo programa vale 270 dólares, cerca de 730.000 pesos.

Así las cosas, ¿qué ser humano no se deja tentar cuando va a comprar un computador y le ofrecen los programas que quiera gratis?

¡Un momento! Un momento, que estas palabras no significan que apoye la piratería de software, ni mucho menos. No quiero que me malinterpreten y que me suceda lo mismo que al doctor Emilio Bombay, columnista de la sección Tecnología de EL TIEMPO, cuando de manera irónica le sugirió a un lector que instalara clandestinamente un programa en dos computadores para no tener que pagar por segunda vez el elevado costo de la licencia.

El chiste significó una amenaza de acción legal en su contra, por lo que fue necesario publicar una nota aclarando el sentido irónico de sus palabras. Espero que los fieles lectores del doctor Bombay no hayan seguido al pie de la letra otros de sus escritos, como aquel en que los invitaba a golpear su computador con un bate o a incendiarlo para corregir un problema de configuración.

De regreso al asunto del software pirata, sí: las empresas tienen todo el derecho de defender la propiedad intelectual y comercial sobre las obras que desarrollan y de castigar a quienes la violan, pues la inversión de tiempo, dinero y talento que esto representa es muy grande. Pero a lo que no tienen derecho es a abusar de esa manera con el precio final de sus productos.

Es increíble que una empresa como Microsoft, que tiene alrededor del 90 por ciento de participación en prácticamente todos los mercados de hogar en que compite, diga que no puede bajar los precios porque la piratería es muy grande. ¿Cómo sí pudo hacerlo en Tailandia, donde el índice de programas ilegales no ha bajado de 77 por ciento en 8 años, según cifras de BSA? Bueno, lo que pasa es que allá el gobierno apoya con fuerza a Linux, de manera que la empresa no tuvo más remedio que rebajar Windows y Office a 40 dólares (unos 110.000 pesos), según información publicada en https://listas.hispalinux.es/pipermail/boletin-editores/2003-October/000987.html. Pero entonces, sí se puede, ¿cierto?

Apple, que tiene menos de la décima parte de mercado que Microsoft, vende a través de Internet un paquete para usuarios del hogar que contiene cinco licencias Mac OS X Panther (la versión más reciente de su sistema operativo) por 200 dólares. Más o menos 110.000 pesos por licencia. Y Mac OS tiene fama de ser confiable y estable¿ al menos, no hay que estar bajando parches para que los hackers lo dejen trabajar a uno en paz.

Pero el cuento de la piratería es un ciclo insoportable: los unos piratean porque el software es muy caro y los otros cobran sumas exageradas porque hay mucha piratería. Sin embargo, desde mi humilde punto de vista, es a las empresas, no a los usuarios, a quienes les corresponde romper este círculo vicioso bajando los precios. Seguro que los clientes van llegar atraídos por un valor justo.

Porque sí, muy chévere el asunto del software libre y todo, pero la gente que quiere usar Windows tiene derecho a hacerlo sin ¿ir a la quiebra¿. Lo mismo quienes prefieren Adobe PhotoShop, Norton Antivirus, Easy CD Creator, Fórmula 1 (para que no digan que tengo algo personal contra Microsoft; simplemente es el caso más representativo) y otras tantas herramientas, muchas de las cuales dicen estar dirigidas al público del hogar, pero cuyos precios parecen para el mercado corporativo.

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