Durante varios años, los fabricantes de tecnología han venido trabajando para lograr que los computadores y los programas que se ejecutan en ellos sean tan fáciles de usar como un televisor. Al menos esa es una de las metas de quienes participan en el desarrollo del concepto ¿facilidad de uso¿.
Por supuesto, la idea también desvela a los que diseñan y fabrican teléfonos celulares, impresoras, escáneres, cámaras digitales, reproductores de MP3¿ en fin, cualquier equipo o herramienta que pueda llegar a las manos del usuario más avezado, de un comprador promedio sin muchas pretensiones o de un completo analfabeto tecnológico.
Desde la primera vez que escuché el concepto de manera ¿oficial¿ ¿si no estoy mal, fue durante un Foro de Desarrolladores de Intel, por allá a finales del siglo pasado¿ he sido testigo de algunos avances en la materia: los puertos USB, los dispositivos plug & play, los equipos inalámbricos, incluso Windows XP y las nuevas versiones del sistema operativo Mac OS, de Apple¿ de hecho, casi cualquier cosa que fabrica Apple.
Pero a pesar de los grandes esfuerzos de la industria, hay un factor fundamental en el concepto de ¿facilidad de uso¿ al que todavía le faltan mucho trabajo y desarrollo: los usuarios.
Las empresas invierten muchos recursos, tiempo y dinero para escucharlos, satisfacer sus necesidades, implantar las mejoras que proponen y ¿evangelizarlos¿ para que aprovechen mejor los productos que ofrecen.
Algunas tienen más éxito que otras, pero prácticamente todas se enfrentan al mismo problema: los usuarios en general ¿y la oportunidad de intercambiar ideas con gente de otros países cada vez me convence más de que los latinoamericanos en particular¿ aprovechan muy pocos de los recursos que los fabricantes de tecnología les ofrecen para hacer más fácil su experiencia: desde el manual de instrucciones hasta las interfaces gráficas.
Durante el último año me he obligado a leer el manual de cuanto aparato llega a mis manos antes de siquiera sacarlo de la caja y la experiencia ha sido positiva: aprender a manejarlo es mucho más fácil, tarda menos tiempo y cuando surge una duda es más fácil encontrar la solución. Logré alejarme de las hordas incivilizadas de quienes empiezan a conectar cables y a presionar botones sin conocer siquiera toda la funcionalidad del aparato.
He de reconocer que hay productos cuyo manual es demasiado extenso como para aguantar las ganas de instalarlo hasta terminar su lectura, pero al menos leo las precauciones y recomendaciones del fabricante, que usualmente advierten sobre problemas que pueden surgir durante este proceso.
Los usuarios de tecnología tampoco han terminado de entender que en la pantalla de sus dispositivos casi siempre se encuentra la respuesta a todas sus preguntas, que prácticamente les hablan. Con mucha frecuencia recibo llamadas de familiares y amigos preocupados porque en el computador les sale un mensaje de error ¿todo raro¿, según ellos. ¿Qué dice el mensaje? La respuesta casi siempre es un ¿Ehhh¿ no me acuerdo¿ mentiras, no sé, no lo leí¿.
Algunos se ufanan de su celular con pantalla en color, pero pocos se dan cuenta de que, además de los colores, la pantalla les muestra información útil, como por ejemplo ¿¿para qué sirve este botón?¿.
Los usuarios no cumplen normas mínimas como no comer cerca de sus equipos de cómputo, no conectar dispositivos que sobrepasan la capacidad de una toma múltiple o un estabilizador, no desconectar los aparatos halando el cable en lugar del enchufe, no limpiar sus equipos con líquidos abrasivos, no acercar fuentes magnéticas a las pantallas, no, no, no, no, no¿ La lista es larga y aumenta exponencialmente a medida que aumenta la complejidad del equipo.
Los fabricantes de tecnología se empeñan en hacer productos cada vez más fáciles de usar, pero la naturaleza es terca y sigue fabricando humanos que ni siquiera se toman la molestia de leer lo que dice en la pantalla del equipo que tienen al frente¿ mucho menos en un manual de instrucciones.
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