Por JAVIER MÉNDEZ
Editor de Tecnología de EL TIEMPO
Imagine que usted crea una empresa de tecnología a los 25 años y pronto gana fama por lanzar productos muy atractivos aunque no únicos (sus rivales también los ofrecen pero los suyos son mejores); seis años más tarde, la compañía entra a la bolsa de valores y alcanza en 18 meses un precio tan exagerado que usted sabe que en adelante solo puede bajar. ¿No vendería algunas de sus acciones para aprovechar la pompa de jabón?
Eso sucedió con Sergey Brin y Larry Page, los fundadores de Google, el motor de búsqueda más popular de Internet. Hace poco se supo que habían estado vendiendo una buena cantidad de acciones de Google, lo que fue criticado por analistas financieros: eso envía un mensaje poco alentador a los otros inversionistas, dijeron.
Brin y Page, dos ingenieros de sistemas de 32 años, han negociado cerca del 15 por ciento de las acciones que cada uno posee, y lo hicieron porque era una opción que habían concertado antes de que Google saliera a la bolsa. El problema es que la firma tiene una valoración tan alta que esa transacción se tradujo en una cantidad de dinero astronómica.
Google debutó en la bolsa en agosto del 2004, con un precio de 85 dólares por acción. En enero del 2006, este llegó a 475 dólares, un crecimiento del 460 por ciento. En Wall Street incluso pronosticaron que subiría a 600 dólares. En esos 17 meses, Sergey Brin, un inmigrante ruso, obtuvo 1.700 millones de dólares por las acciones que vendió y Larry Page, 1.450 millones.
Los críticos dicen que los fundadores de otras firmas exitosas de Internet, como Yahoo y Amazon, vendieron cantidades muy inferiores. Pero lo cierto es que esas empresas nunca estuvieron tan infladas como Google. Parece que nada hubiéramos aprendido del derrumbe de las compañías punto-com en el 2000.
Por muy innovadora que sea Google, y por más saludable que sea su crecimiento, el precio de la acción de Google es disparatado. En la bolsa, Google llegó a tener un valor de 140.000 millones de dólares a mediados de enero.
Eso quiere decir que valía tres veces más que Yahoo, ocho veces más que Amazon y un poco más que IBM, la mayor compañía de computadores del planeta. Eso para no hablar de empresas de otros sectores, que tienen valoraciones muy inferiores.
El caso de IBM muestra el desfase: el ¿Gigante Azul¿ tiene ventas anuales de 91.000 millones de dólares (esa cifra es ligeramente superior al Producto Interno Bruto de Colombia) y ganancias netas de 8.000 millones. Los ingresos de Google son 5.200 millones de dólares y su utilidad, 1.300 millones. Pero IBM, que también tiene un futuro brillante y que superó los dolores de crecimiento hace décadas, vale 126.000 millones en la bolsa.
Es verdad que el precio de las acciones refleja el potencial de crecimiento de una compañía, pero Google recibe el 95 por ciento de sus ingresos exclusivamente por publicidad, un rubro que puede ser inestable, y enfrenta directamente a rivales tan fuertes como Yahoo y Microsoft.
A esta industria, como a ninguna otra, le encanta crear ídolos que luego, igual que una estrella, colapsan ante el peso de su propio tamaño cuando el brillo se debilita. Ojalá no pase eso con una empresa que muchos admiramos, porque las expectativas desquiciadas se pagan, como se vio recientemente, cuando Google presentó los resultados del último trimestre.
Pese a que sus ventas crecieron 86 por ciento y las utilidades 82 por ciento, los analistas consideraron que no cumplió con las expectativas. En un solo día, Google perdió el 12 por ciento de su valor. Al parecer, sus fundadores son los únicos sensatos.
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