¿Quienes se preocupan por la libertad de expresión siempre se preguntaron por sus límites. Uno de estos límites es la incitación a la violencia¿, dice una columna de Ralf Dahrendorf, aparecida en el diario EL TIEMPO el día que escribo este texto.
Hace algunas semanas, el también columnista Mauricio Pombo se refirió al tema de las opiniones de los lectores en los espacios de participación que tiene eltiempo.com. En uno de sus párrafos, decía: ¿Allí se encuentran todo tipo de críticas, desde el insulto y la amenaza, así como el halago y el aplauso y, de vez en cuando -muy de vez en cuando-, la crítica seria, la confrontación de ideas y la polémica articulada¿.
Algunos meses atrás, yo mismo escribí una columna para este espacio, en la que hablaba de la crítica malintencionada de algunos lectores como uno de los grandes temores de quienes se atreven a publicar sus opiniones y comentarios en los hoy famosos y difundidos blogs que pululan en la red.
Y veo con preocupación que los comentarios de Pombo, los míos y los de cientos de personas que se han referido al tema de la libertad de expresión, especialmente en Internet, demuestran que el límite mencionado por Dahrendorf se propasó ampliamente desde hace tiempo.
Podría dedicar párrafos enteros a encontrar una explicación sociológica al fenómeno, a decir que estas manifestaciones son propias de los habitantes de un país que lleva sufriendo los estragos de la violencia ya varias décadas, que la situación interna nos ha llevado a reducir o prácticamente eliminar nuestros límites de tolerancia¿ En fin¿ Las explicaciones abundan, aunque las soluciones son pocas, pues nadie puede forzar a alguien a dejar de ser lo que es, sea un caballero o un patán.
Sin embargo, me pregunto si los medios de comunicación tenemos autoridad moral para exigir decencia de nuestros consumidores (lectores, televidentes, oyentes o navegantes), cuando nosotros mismos tampoco tenemos claros los límites de nuestras libertades.
En días pasados, un pronunciamiento del Círculo de Periodistas de Bogotá con respecto al proceso que se siguió en contra de la revista Soho causó polémica, porque fue interpretado como una manifestación en contra de los periodistas y de la libertad de expresión.
Pero más allá del caso concreto de la revista (que a mi gusto incurrió en el pecado de herir algunas susceptibilidades, lo cual no parece un motivo suficiente para llevar el tema a manos de la justicia), creo que la invitación del CPB a revisar los códigos de ética es válida, sobre todo en lo que tiene que ver con los apartes que transcribo a continuación, relacionados con el sensacionalismo:
¿El sensacionalismo es una deformación interesada de la noticia, implica manipulación y engaño y, por tanto, burla la buena fe del publico. El periodismo debe respetar la vida privada, la dignidad y la intimidad de las personas y solo referirse a aquellos sucesos o circunstancias de carácter privado que adquieren claro interés público. Debe abstenerse de explotar la morbosidad del público y la curiosidad malsana¿.
Dahrendorf, Pombo, D¿Artagnan con sus reflexiones sobre la moda de empelotarse¿ cientos, miles de personas están preocupadas porque los límites desaparecieron. Y eso es una señal de que algo no anda bien. Pero ante la imposibilidad de coartar la libertad de expresión, un extremo al que nunca quisiéramos llegar, ¿cuales son las alternativas?
Creo que si los medios y la población en general nos preocupáramos un poco más por cumplir nuestros deberes y un poco menos por extender nuestras libertades más allá de donde comienzan los derechos de los demás, unos y otros tendríamos más autoridad moral para exigir la tolerancia y el respeto que nos merecemos.
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