No recuerdo que en la letra menuda del contrato de mi operador celular dijera algo como que “el cliente se compromete a soportar pacientemente la avalancha de mensajes de texto que el proveedor decida enviarle”. Sin embargo, creo que esta ya es la segunda fuente de información no deseada más grande que tengo después de mi correo electrónico, a donde diariamente entran cientos de mensajes inútiles, con los que también he tenido que aprender a lidiar con paciencia.
Claro, los que me llegan al celular no se cuentan por cientos, pero como usuario relativamente intensivo del sistema de mensajes de texto (SMS, les dicen los expertos en el tema) es frustrante recibir señales de alarma que usualmente no me avisan de la llegada de una respuesta de alguno de mis interlocutores, sino que me muestran una invitación a escribir para ganarme una jugosa suma de dinero.
El azar no es mi fuerte¿ creo que aparte de un par de ligas que han caído en mis manos durante sendos matrimonios (y que, afortunadamente, no han causado el efecto previsto para esta singular prenda) y un carro de carreras plástico conducido por un pato que graznaba al avanzar, no me he ganado muchas rifas en la vida.
Sin embargo, un día pensé: “Qué carajos (perdón por la expresión, pero así tal cual lo pensé): voy a mandar el mensaje a ver si de pronto me gano es platica y, de paso, me quito de encima la tortura en que se convirtió el cuento de los mensajes de texto invitándome a participar en la rifa”¿ unos cinco al día.
Grave error: a partir de ese día comencé a recibir más mensajes en los que me invitaban a aumentar mi premio en forma significativa, con tan solo enviar otro mensaje de texto.
Pero un día, el mensaje cambió radicalmente: la invitación de mi proveedor no era para ganarme unos pesos, sino para gastarlos pagando una factura vencida, con el fin de evitar que procedieran a la cancelación del servicio.
¿Factura vencida? Imposible: tengo matriculada la cuenta de mi operador celular en un servicio automático que me ha funcionado de manera eficiente desde que me suscribí, hace varios meses.
Sin embargo, llamé a preguntar qué había pasado. Puse voz de mal genio y todo, pero me informaron que a ellos no les había llegado la factura, de manera que el problema se originó en mi proveedor de telefonía móvil.
“Sí, señor Dueñas: lo que pasa es que ya no recibimos pagos por ese medio”, me dijo la voz al otro lado de la línea.
Lo que pensé no lo puedo escribir, así lo haya pensado tal cual en ese preciso instante, pero como soy consciente de que la culpa no la tenía la niña que me estaba atendiendo (a ese tema me referí en alguna columna anterior), tomé aire, conté hasta diez y le dije: “Te voy a pedir un favor: dile a quien corresponda darle esta información que me parece el colmo que cada día me llenen el teléfono de mensajes completamente inútiles, pero que cuando necesito que me notifiquen que el medio que uso para PAGARLES por el servicio que me prestan ya no está disponible, tenga que enterarme porque me llega un mensaje en el que me dicen que les debo una factura”¿
En ese momento pensé que la idea de que uno se gane los millones de pesos que ofrecen en la rifa es que uno cuente con dinero suficiente para pagar sus antojos el día que no le den un préstamo por estar reportado en una central de riesgo, porque no pagó la factura del teléfono celular.
La voz al otro lado de la línea me dijo que claro, que con mucho gusto¿ Me encantaría ver el sistema de manejo de relaciones con los clientes de mi operador celular para saber si el mensaje llegó a la persona indicada, pero creo que la respuesta es no: al mes siguiente no solo seguí recibiendo cada día los mensajes que me invitaban a participar en la rifa, sino que volvió a llegar aquel en el que me invitaban a pagar una factura vencida, pues el famoso papel de cobro me llegó una semana después de la fecha límite de pago.
Ese día, la voz al otro lado de la línea me dijo que la dirección estaba bien y que seguramente se presentó algún inconveniente. Como sé que la letra menuda de mi contrato dice que debo pagar así no me llegue la factura, decidí no contar hasta 10, sonreír y despedirme.
Ojalá que al menos me gane la famosa rifa.
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