¡No hay derecho¿ de autor!

Hace pocos días, un amigo del colegio que vive en Canadá me mandó un mensaje por correo electrónico, con un artículo bastante divertido sobre las frases y conductas que uno debe evitar para no sacar corriendo a su pareja.

Podría sentarme a escribir bellezas sobre el texto, sobre la imaginación del autor, sobre la manera genial como está escrito y sobre lo divertida que resultó su lectura, de no ser porque eso de alabar las cosas que uno mismo ha hecho se ve como feo.

Sí, me bastó con leer dos párrafos para identificarlo. Era un artículo que escribí con motivo del día del Amor y la Amistad, que fue publicado en la página 2-2 del periódico EL TIEMPO, el 15 de septiembre del año 2001. Se llamaba ¿Frases que desencantan¿ y estaba basado en algunas experiencias propias y otras que aportaron mis compañeros de trabajo, siempre solícitos y dispuestos a la hora de ¿mamar gallo¿.

De entrada, no puedo negar que resulta bastante halagüeño que algo que uno escribió circule por los buzones de correo electrónico del mundo¿ Mi primera reacción fue una ligera sonrisa de satisfacción, motivada por un pequeño cosquilleo en el ego.

La sonrisa se convirtió en mueca cuando me di cuenta de que el mensaje llegó sin una referencia al medio en que fue publicado el texto original, y mucho menos al autor intelectual y material de semejante¿ eh¿ Cómo decirlo¿ Bueno, quedamos en que alabar las obras propias se ve mal, así es que evitaré los calificativos.

Pero lo más triste de todo ¿y allí fue cuando la mueca se convirtió en improperio¿ es que mi amigo que vive en Canadá, la persona que le hizo llegar el texto a él o quien quiera que hubiera comenzado esta cadena de mensajes copió el artículo de un sitio en Internet que tampoco se tomó la molestia de citar la fuente original, y que lo publica como propio: Fiestacom.com. Un corto paseo por Google me permitió encontrarlo en otro sitio diferente, Personales.com, que presta servicios de hospedaje para personas particulares.

Un compañero de trabajo ya me lo había advertido, cuando recibió el mismo mensaje ¿proveniente de otra fuente, por supuesto¿ hace cosa de un año. Me dijo que incluso ha escuchado algunas de las frases que aparecían en el artículo reproducidas casi textualmente en algún espectáculo de cuentería o de stand-up comedy. Y bueno, uno no se puede poner a perseguir cuenteros y comediantes a ver cuál le está copiando las ideas; pero una reproducción en línea, prácticamente textual (digamos que hay un par de aportes y cortes sutiles de los sitios ¿reproductores¿) que ni siquiera cite la fuente¿ eso es otra cosa.

Ahora bien, en mi calidad de afectado tampoco me queda muy bien dedicar toda esta columna a quejarme por lo que me pasó, sin expresar siquiera mi solidaridad con todas aquellas personas que son víctimas de la reproducción de sus obras sin el debido reconocimiento. Incluyo a ciertos reproductores que no son capaces de reconocer sus propias obras y se hacen los locos con la cuota mensual de manutención.

Es más, tampoco puedo dejar de reconocer que también me muerdo los codos cuando veo publicados, en medios impresos, chistes que me han llegado a través de Internet y que algunos periodistas copian, pegan y firman sin ninguna contemplación ni vergüenza¿ de hecho, me aterra la idea de que a alguno de ellos le llegue un día de estos un mensaje por correo electrónico, que contenga mi artículo del 2001¿ Sería fatal verlo impreso nuevamente con la firma de otro.

Lamentablemente, Internet es el medio ideal para que la violación de los derechos de autor le dé la vuelta al mundo, bien sea bajo la forma de un artículo, una foto, una caricatura, una ilustración o cualquier obra intelectual o material a la que simplemente baste hacerle un ¿cortar y pegar¿ para convertirla en una creación anónima, que muchos inescrupulosos sin principios reproducen y publican como propia.

No hay derecho¿

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