Recuerdo que cuando tenía 5 o 6 años, casi le saco un ojo a mi papá con un palo, jugando al Llanero Solitario (a esa edad yo confundía al Llanero Solitario con el Zorro y el palo era la espada). Como en esa época no había computador para echarle la culpa de mis conductas agresivas, me quedé sin televisión como dos semanas.
Al parecer, el castigo no sirvió de mucho, porque unos años después casi le saco un ojo a un vecino con una bodoquera. Ahí sí aprendí la lección: ver el punto rojo sobre la mejilla de la víctima me hizo abandonar el gusto por la cerbatana. No hubo necesidad de prohibirme el televisor ni nada por el estilo. La angustia de casi dejar tuerto a un amigo fue suficiente.
Hoy, cada vez que leo artículos sobre la influencia de los juegos electrónicos en la conducta de los niños, me pregunto si algunos expertos no estarán buscando la fuente de la agresividad y la violencia en el lugar equivocado. De hecho, me identifico más con las teorías de quienes sostienen que los juegos pueden ser una buena vía para desfogar esos sentimientos sin causarle un daño real a nadie.
Si yo hubiera tenido una Xbox cuando niño, tal vez me hubiera desahogado matando monstruos en la pantalla del televisor o lanzando el control del juego contra el piso cada vez que ¿me mataran¿, en lugar de atacar a mi papá con la inexistente espada de palo del Llanero Solitario (aunque mi intención fuera la más inocente).
El arte de la bodoquera lo aprendí de mis hermanos, aunque no recuerdo que ellos hicieran batallas campales, sino pruebas de puntería. Por eso creo que ¿prohibirme a mis hermanos¿ no hubiera resuelto el problema.
De regreso a los juegos de video, supongo que dos horas de sicología a la semana durante un semestre de universidad no me den autoridad suficiente para pronunciarme sobre el asunto, pero de todas formas lo voy a hacer: creo que a los niños hay que educarlos y ya. Con eso es suficiente.
Parte fundamental de esa educación es enseñarles la diferencia entre la realidad y la fantasía, y explicarles claramente las consecuencias de sus actos. Los niños de ahora son muy inteligentes como para no darse cuenta de que matar un monstruo que aparece en el computador es muy distinto a sacarle un ojo a un compañero en la vida real, y que las consecuencias son más graves que no recibir regalos del Niño Dios en diciembre.
El reto consiste en lograr que lo entiendan antes de contar con la suerte de ver el punto rojo que deja un bodoque en la mejilla de un vecino, como me sucedió a mí¿ Un par de centímetros más arriba no me hubieran hecho tan afortunado.
A veces pienso que culpar a los juegos electrónicos o a la televisión es la manera en que algunos padres excusan su incapacidad para educar a sus hijos. Aunque tampoco confío en esa pedagogía moderna según la cual a los niños hay que dejarlos hacer lo que quieran o si no se traumatizan.
Para los juegos de video, como para todo en la vida, se necesita una buena dosis de control, bastante pedagogía, mucha paciencia¿ La responsabilidad de los padres no termina al pagar por el juego, instalar el programa en el PC o conectar la consola al televisor; pero tampoco se evade prohibiéndoles jugar.
Póngales horario, juegue con ellos¿ enséñeles a jugar, edúquelos en el juego. Deje esa desagradable maña de prohibirles todo aquello para lo que usted no se siente capaz de educarlos.
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