Y el resto de su vida, ¿qué?

Cada cierto tiempo, un periodista estadounidense llamado Bill Husted sufre un ataque de falta de imaginación y escribe una columna en la que invita a la gente a olvidarse de la tecnología, aunque sea por un fin de semana.

Usualmente, las columnas de Husted están dedicadas a temas relacionados con informática, que enseñan a sacar provecho de las herramientas tecnológicas o resuelven dudas comunes a los usuarios de computadores. El tipo es un conocedor.

Comencé a sospechar que sus escritos semitecnofóbicos coincidían con épocas de baja productividad literaria cuando recibí un texto sobre el mismo tema por cuarta vez en menos de un año. Sin embargo, siempre estuve de acuerdo con él en que la tecnología es muy útil, pero que los seres humanos abusamos de su uso y vamos dejando cada vez menos espacio para el resto de nuestras vidas.

Váyase un fin de semana al campo con su esposa y sus hijos, lleve una caña de pescar, deje el portátil en la casa y apague el celular ¿aconseja Husted a los lectores¿. Y tiene razón¿ ese cuento de salir de la oficina con los ojos cuadrados para llegar a la casa a seguir pegado a una pantalla es agotador, estresante¿ genera mal genio y produce dolor de cabeza. Ni qué decir de los fines de semana: uno siente que no descansó por estar metido en el computador, así sea jugando.

Para ilustrar el caso puedo confesarles que durante un puente festivo no tuve más contacto con mi novia que a través de una consola de juegos. Solo hablábamos para culpar al otro de hacer trampa. Yo comía frente al televisor, haciendo malabares con el tenedor en una mano y el control del juego en la otra. Durante esos tres días casi no vi a mi familia, a pesar de vivir en la misma casa. El martes llegué a trabajar más cansado de lo que salí el viernes.

Por esos días me identifiqué plenamente con la campaña publicitaria de un proveedor de acceso a Internet extranjero: una despampanante rubia espera a su esposo sobre su la cama, cubierta nada más que con una insinuante blusa negra¿ (suspiro). El marido, sin embargo, recurre a todos los mecanismos posibles, incluso a ponerse hielo entre la ropa interior, para no sucumbir a los encantos de esos dos metros y medio de esbeltas piernas doradas que lo esperan en su alcoba, y tener una excusa para irse a navegar por Internet.

Viendo el comercial recordé aquella época en que me daban las 5:00 de la mañana chateando, actividad que muchas veces prefería en lugar de salir con amigos y amigas reales a hacer lo mismo que en el computador, pero con música, unos tragos y sin tener que esperar a que los otros teclearan una frase más o menos coherente. La ventaja del chat es que no tenía que bailar.

De esa época ¿hace aproximadamente seis años¿ conservo una muy buena amiga virtual a la que jamás he visto en persona, a pesar de que durante más de la mitad de ese tiempo tuvimos la posibilidad de conocernos¿ vivíamos a no más de 20 minutos de camino.

Al final lo preocupante no es usar la tecnología para facilitarnos la vida, sino volvernos dependientes y perder otras habilidades, físicas o mentales, que permitan nuestro desarrollo como seres humanos en otros ámbitos. Habilidades como correr, jugar, buscar en un diccionario, pintar con crayola, dibujar un mapa (aunque sea calcarlo), patear una pelota de letras, conversar, escribir a mano (y que se entienda), hacer una tarjeta de cumpleaños, imaginar, pensar¿ o simplemente sonreír sin usar dos puntos y un paréntesis¿

En este momento no sé si las reiteraciones de Husted sobre el tema eran realmente falta de imaginación o un sincero deseo de evitar que los seres humanos pareciéramos cada vez más una extensión de nuestro computador, de nuestro celular o de nuestro televisor.

Como sea, durante un buen tiempo me he dedicado a seguir su consejo y no solo disfruto más del resto de mi vida, sino que, cuando lo uso, también disfruto más de mi computador.

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