Si hubiera una apocalipsis atómica y tuviera que quedarme encerrado en algún lugar durante años, escogería el estudio de mi apartamento. Allí tengo lo que me hace más feliz: la mayoría de mis libros, una biblioteca que llevo toda mi vida alimentando y a la que no le sobra nada porque cada año la ‘purgo’ y regalo lo que no vale la pena conservar (en mis fantasías catastróficas nunca me he detenido a pensar cómo haría para no morirme de hambre o sed, así que solo sígame la corriente).
En mi biblioteca descansan todos los escritores que están un par de escalones por encima de los demás, como Cortázar, Borges, García Márquez, Kafka, Mann, Vargas Llosa, Mishima, Hemingway… Sus libros comparten espacio con las obras de genios más ‘terrenales’, como Coetzee, Capote, Roth, McEwan, Carpentier, Orwell y Kundera. Y también tengo libros de escritores que los pretenciosos y aburridos señores de la Academia Sueca jamás considerarían para un Nobel, pero que a mi me encantan, como Isabel Allende, Jaime Bayly, Rosa Montero y hasta Stephen King, que ocupa buena parte de una extensa sección de libros de terror con los que me espanté el sueño durante la adolescencia, y que últimamente estoy releyendo. Aparte de literatura, en mi biblioteca hay libros de historia, negocios, biografías, tecnología, pintura, ciencia, liderazgo, salud, sicología y muchos otros temas que me apasionan.
Pero a lo que iba esta introducción es a esto: aunque amo los libros, llevo varios años sin comprar un libro de papel. E incluso algunos de los libros que tenía en papel los estoy comprando de nuevo en formato digital para releerlos porque cada vez disfruto menos leer en papel y más en pantallas electrónicas, entre ellas la de mi iPhone, la de un Kindle Paperwhite, la de un iPad y la de un Mac.
Nunca imaginé que yo –que decía que el olor más agradable del mundo era el de un libro nuevo recién destapado, que nunca dejaba de ir a las librerías en todas las ciudades que visitaba y que a veces no podía dormir pensando qué libros salvaría en caso de un incendio– ahora iba a pasar la mayor parte del tiempo leyendo en pantallas electrónicas. De los 1.420 libros de mi biblioteca (sé exactamente cuántos son; los tengo clasificados en un archivo de Excel), 410 ya están en formato digital, o sea que en esencia los cargo entre el bolsillo (bueno, eso resuelve el tema del incendio… y de paso me permitiría salvar a la mascota, si algún día decido tener una).
Yo sigo leyendo en papel porque en ese formato están cerca de dos tercios de mis libros, pero la gran mayoría de lo que leo cada año está en digital, y la totalidad de mis compras de libros ahora son en ese formato. Y aunque lo que estoy diciendo quizá le puede sonar a herejía a cualquier amante de los libros, a continuación le doy 10 razones por las cuales, en mi opinión, los libros digitales son más útiles, cómodos y prácticos que los libros de papel.
1. Se puede comprar cualquier libro de forma inmediata. Una de las maravillas del formato digital es que uno puede comprar el libro que quiera en un par de minutos para empezar a leerlo inmediatamente. Basta con ir a la tienda de Amazon o a la de Apple para comprar y descargar lo que uno desea.
Con frecuencia reviso las listas de best sellers de medios como The New York Times o las listas de sugerencias de personas que admiro, como Bill Gates. Y ahora puedo comprar inmediatamente todo lo que me llama la atención, en ocasiones libros recién publicados en otros países, los cuales nunca van a llegar a Colombia o, en el mejor de los casos, lo harán después de meses.
Y hoy en día, a diferencia de hace unos años, abundan también los libros en español. Es raro no poder encontrar un libro famoso en nuestra lengua, de cualquier época, en la tienda de Amazon, con una ventaja adicional que explico a continuación.
2. Son más baratos. Los libros digitales cuestan menos que los de papel. En la tienda de Amazon, la que más uso, la mayoría de los libros cuesta entre 7 y 15 dólares aproximadamente (los más caros son los libros recién publicados o los de autores muy famosos). Incluso con la fuerte devaluación del peso, eso es menos de lo que uno paga en una librería en Bogotá por las mismas obras.
Le doy un ejemplo: estos días estoy leyendo ‘Antes que nada’, las memorias de Martín Caparros, un cronista argentino que decidió contar su vida al descubrir que tiene una enfermedad incurable. Ese libro vale 77 mil pesos en las librerías de Bogotá. Yo lo compré en Amazon por 11 dólares (solo 48 mil pesos, pese a la gran devaluación del peso en las últimas semanas).
Yo solía comprar buena parte de los libros que iba a leer durante el año en la Feria del Libro de Bogotá. Ya no padezco los aguaceros que siempre acompañan ese evento porque no volví (no le veía sentido si igual no iba a comprar nada). Sigo visitando las librerías de la ciudad con frecuencia, pero lo hago para ver qué novedades hay y luego compro esos libros por Amazon a un precio inferior.
3. Se puede agrandar la letra todo lo que uno quiera. En realidad, mi principal razón para preferir los libros digitales no es el costo, sino la comodidad. Yo uso unos lentes de contacto duros con los veo bastante bien. Pero no los uso todo el día porque debo dejar descansar los ojos, y sin lentes veo tan mal como un topo. Sin embargo, gracias a que puedo agrandar la letra de los libros digitales todo lo que desee, en las horas en las que no uso lentes de contacto puedo leer sin problemas (bueno, con ayuda de unas gafas para ver de cerca). Generalmente uso un estilo de letra en negrillas de la app de Kindle que es muy cómodo para leer: Amazon Ember Bold.
En donde más leo es en un iPhone 15 Pro y en un iPad Pro. Pero también tengo un Kindle Paperwhite que uso a veces cuando leo de día (la pantalla de ese dispositivo se ve mejor con luz, pese a que es retroiluminada). De todas formas, prefiero leer en el iPhone o el iPad porque el software del Kindle Paperwhite no es tan pulido como uno quisiera (a veces pasa varias páginas al tiempo, por ejemplo).
Últimamente, para evitar dolores en el cuello, me estoy obligando a leer en la pantalla Studio Display de 27 pulgadas de mi Mac, en donde también uso la aplicación de Kindle. No hay nada como leer recostado en un sofá o en la cama, pero obligarme a usar el Mac me evita problemas, ya que leer en ciertas posiciones (como acostado) no es lo más ergonómico, ni en un teléfono, ni con un libro de papel.
Lo mejor es que todo se sincroniza entre los diferentes dispositivos en los que se usa la app de Kindle: los resaltados, las notas que uno inserta y el número de página en el que uno quedó cuando cerró el libro.
Otra cosa con la que tengo cuidado es con la fatiga ocular. Leer en pantallas electrónicas cansa más que leer en papel por varias razones. Una de ellas, según la Clínica Mayo, es que uno tiende a parpadear menos, lo cual reseca los ojos, algo común no solo al leer libros en formato digital, sino siempre que se está trabajando en la pantalla de un computador o en la de un dispositivo móvil.
Por eso, los expertos en el tema recomiendan acciones como seguir algo llamado ‘la regla 20-20-20’. Es decir, hacer una pausa cada 20 minutos para mirar durante 20 segundos algo que esté a más de 20 pies de distancia (aproximadamente 6 metros).
Yo trato de recordarme lo de parpadear seguido, lo de hacer esas pausas cada 20 minutos, y además procuro alternar entre el trabajo frente a una pantalla y otras actividades (hacer ejercicio, salir a dar una vuelta, hacer un oficio casero –yo trabajo en mi casa– o simplemente hacer una pausa para descansar).
En el caso específico de la lectura, otra medida que tomé es tratar de reducir al máximo la luz azul en las pantallas en las que es posible. Ese tipo de luz es producida por el sol, pero también por las pantallas electrónicas y algunos estudios dicen que es dañina (hay entidades que dicen que no es dañina, como la Academia Americana de Oftalmología, pero yo prefiero pecar por el lado de la precaución).
Algo que uno puede hacer para reducir la luz azul es disminuir el brillo del monitor del computador. En los teléfonos y los tablets se puede hacer lo mismo, y además se puede tomar otra medida: aumentar la luz cálida.
En el iPhone, esto se hace así: entre a la app Configuración, vaya a ‘Pantalla y brillo’, seleccione ‘Night Shift’ y luego mueva el selector hacia la derecha (hacia ‘Más cálidos’); eso cambiará los colores de la pantalla por tonos más cálidos. Uno puede hacer que esto suceda automáticamente en ciertos horarios (generalmente de noche), pero yo tengo mi iPhone y mi iPad configurado con esa temperatura de color –y al máximo de calidez– casi todo el día. No es el tono más agradable, pero en teoría cuida más mis ojos.
En los modelos recientes de Kindle (el dispositivo) también hay una opción para producir colores más cálidos en la pantalla.
4. Puedo leer cómodamente de noche. Antes de trastearme principalmente a libros digitales, yo solía leer los libros de papel al lado de una ventana hasta las 4 o 5 p.m. Luego paraba, simplemente porque no veía bien. Compré algunas lámparas especiales para leer de noche, pero nada de eso es tan cómodo como poder leer a cualquier hora de la noche y en cualquier lugar, sin tener que contar con una lámpara al lado.
Ahora leo bastante en las noches (algo que antes no hacía), porque es muy fácil leer en el teléfono antes de dormir (los expertos en sueño dicen que eso no es aconsejable, porque puede contribuir para producir insomnio, pero no tengo ese problema). Con un libro de papel, en cambio, es engorroso leer en la cama de noche.
5. Es más fácil tomar notas. Muchos de los libros que leo no son literatura; son textos sobre temas de los que quiero aprender, y por eso suelo tomar varias páginas de notas que en general paso a archivos de Word que cargo en el iPhone. Si no tomo notas, siento que estoy perdiendo el tiempo: es como si no hubiera leído los libros porque al cabo de un par de años he olvidado casi todo. Y ese proceso de toma de notas se facilita bastante cuando leo en la aplicación de Kindle en el Mac. Lo que quiero pasar al archivo de Word de un libro simplemente lo copio desde la app de Kindle y luego lo pego en el archivo de Word.
Hace unos años, cuando estaba leyendo un libro de papel, tenía que tomar las notas ‘a mano’, un proceso dispendioso (cuando digo ‘a mano’ me refiero a usando un teclado en el computador). Hoy ya no hago eso con los libros que leo en papel porque es muy fácil dictarle a Word 365 en voz alta en el computador, o dictarle al iPhone o a un iPad. Pero aun así nada me parece tan fácil como copiar y pegar desde la app de Kindle.
Y si no necesito tomar muchas notas, sino que simplemente quiero resaltar alguna que otra frase, basta con pasar el dedo en la app para que ese texto quede resaltado en amarillo u otro color. La app de Kindle también permite introducir notas dentro de los libros, que uno puede dictar o escribir.
6. Es más fácil leer en otros idiomas. Cuando uno lee libros en otros idiomas, nada es más dispendioso que andar buscando el significado de las palabras en Google Translate o en algún diccionario en línea. En la app de Kindle eso no hace falta. Uno solo toca la palabra que no entiende (o le da clic en el computador) y la aplicación le muestra el significado. Incluso, es posible traducir párrafos completos, empleando –ahí sí– Google Translate o el traductor incorporado en iOS.
Todo esto es particularmente útil si la lectura de libros en otros idiomas se hace para incrementar el vocabulario en un idioma que se está aprendiendo.
7. No ocupan espacio. En el primer párrafo de este artículo digo que “la mayoría” de mis libros están en mi estudio porque llegó un momento en el que tuve que exiliar muchos de los libros a otras habitaciones del apartamento. Simplemente no me cabían.
Esta es otra de las grandes razones por las que no volví a comprar libros de papel: no tengo donde guardarlos y odio las montañas de libros sin organizar que antes solía tener.
Por el contrario, me encanta el hecho de que puedo seguir comprando dos o tres libros al mes (digitales) sin tener que pensar en dónde los voy a guardar.
8. Puedo cargar buena parte de mi biblioteca entre el bolsillo. A lo que mencioné antes se suma el hecho de que ahora cargo 410 libros entre el bolsillo (entre ellos docenas de audiolibros). Antes, hasta cuando me iba de vacaciones, cargaba algunos libros que pesaban mucho y ocupaban espacio en mis maletas. En los últimos años, en cambio, me fui un par de períodos largos a vivir fuera de Bogotá y no cargué un solo libro, ya que tenía todos los que necesitaba en el iPhone.
9. Puedo buscar datos fácilmente. Yo puedo buscar fácilmente cualquier dato de alguno de los libros que he leído. Basta con hacer una búsqueda en el teléfono, o con revisar los resaltados (que se pueden ver aparte en la app de Kindle).
En el mundo de papel eso es imposible. De hecho, en el mundo del papel ni siquiera podía encontrar los libros con facilidad, porque no siempre tenía claro en qué parte de la biblioteca estaban (aunque eso lo solucioné después: los metí en un archivo de Excel, en el que indico en qué parte de mis bibliotecas están).
10. Puedo bajar muestras. Otra gran ventaja del formato digital es que uno puede descargar muestras de los libros antes de comprarlos. Y esas muestras no son dos o tres páginas. A veces son 30 o 40 páginas, con lo cual uno se hace una buena idea de si le interesa comprar el libro o no. Hoy en día en una librería del mundo real ni siquiera es posible ojear los libros porque están sellados.