Por los senderos virtuales de WhatsApp, la app que recientemente cumplió 10 años de vida, se mueve la variopinta mezcla de anhelos, palabras, tristezas, imágenes y comunicaciones de 1.500 millones de personas, que cada día envían 65 mil millones de mensajes. Difícil pensar en una aplicación móvil que nos haya cambiado más la vida…
Si pudiéramos pinchar todos sus hilos en un instante, como si estuviéramos mirando desde el Aleph de Borges (un punto desde donde se ven todos los lugares del mundo al mismo tiempo), quizás encontraríamos en su cofre de secretos un confuso coctel: el rutinario “ya salgo para allá”, un archivo con la propuesta de negocios que podría salvar una empresa, una foto indebida que en unos meses nos acosará en las noches, un “te voy a amar siempre pero decidí estar sin ti”, la felicitación por un cargo nuevo, la noticia de un despido, la imagen de una maqueta para el colegio que llena de orgullo a una madre, un emoji con un beso que es más falso que una moneda de cuero, el anuncio de un embarazo que cambiará una vida, el último gol de Falcao, un contacto de negocios o un verso robado de una canción de ‘El último de la fila’ que busca sacudir un corazón.
Esta app es como el Mercurio de la era moderna, con sus talones alados, llevando y trayendo mensajes por todo el planeta, distribuyendo buenas y malas noticias.
La aplicación que nos hizo olvidar que existían las llamadas de larga distancia, o que debíamos pagar por comunicarnos con otra ciudad o país, es tan funcional y práctica como capaz de inspirar emociones, y a veces pensamientos o dudas que nunca se plasman en palabras: “¿por qué está en línea a medianoche si no está hablando conmigo?”, “¿cómo le pude enviar ese mensaje a mi jefe?”, “¿por qué no lee mis mensajes si está entrando a WhatsApp?”, “¿me perdonará si se lo explico mejor?”, “voy a borrar eso porque estoy quedando como un idiota”, “¡ese mensaje no era para ella!”.
Por WhatsApp pueden viajar encriptadas las exultantes promesas de un amor secreto que sacude nuestro mundo, un molesto “baja ya que estoy mal parqueado”, las maquinaciones de unos empleados que detestan a su jefe, los memes de las derrotas recientes del Real Madrid, los chistes sobre las inagotables burradas de Nicolás Maduro, la foto de un anillo de compromiso, una cita de Churchill para tratar de mostrarnos cultos, la receta de los margaritas de esta noche, la ‘ubicación’ de un sitio que nos produce nostalgia, un chisme malintencionado, una videollamada ‘solo para adultos’, o la foto de un examen médico enviada por alguien que, aunque intuye que algo anda mal, tiene esperanzas porque todavía no sabe que le quedan pocas semanas de vida.
WhatsApp, que es como una caja de resonancia de lo que ocurre en la humanidad, encierra los temores de un soldado que llama a su familia desde una selva, una noticia falsa que destruye una vida y no para de circular, la decisión de un recorte de personal, las mentiras que se dicen por compasión, una frase cargada de odio, el video de una nevada apocalíptica en Toronto, el último mensaje de alguien cuyo avión que se está cayendo, una cadena religiosa que busca generar esperanza, un chiste que no hace reír a nadie, la fórmula de la dieta mágica de moda, la última canción de Fonseca en YouTube, el OK para iniciar un atentado terrorista, la imagen de un trino que reafirma nuestras ideas fijas, un video pornográfico, la última travesura de una mascota o el borrador de un discurso lleno de verdades a medias que prepara un mandatario.
Esta app, que ostenta el don de la ubicuidad, es como el Mercurio de la era moderna, con sus talones alados, llevando y trayendo mensajes por todo el planeta, distribuyendo buenas y malas noticias, alimentando o matando esperanzas. Facebook la compró hace cinco años y todavía no sabe cómo sacarle dinero, pese a que la utiliza una de cada cinco personas en el planeta. Por eso, desde este año la veremos con publicidad, inicialmente en los ‘estados’, pero ahí seguirá en nuestros teléfonos, siempre útil, escuchando todos nuestros secretos, impostando nuestra voz, recibiendo nuestras palabras, como una bitácora digital de lo mejor y lo peor de nuestras vidas.
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