¿Por qué el 5G es un fracaso costoso? ¿Grandes promesas y realidad decepcionante?

Cuando en 2019 se encendieron las primeras redes 5G en Corea del Sur y Estados Unidos, el mundo tecnológico celebró lo que se anunciaba como el inicio de una nueva era. No se trataba simplemente de un avance incremental, sino de una transformación radical de la conectividad. El 5G prometía velocidades hasta 100 veces superiores al 4G y una latencia tan baja que permitiría acciones en tiempo real casi sin retraso. Se hablaba de un antes y un después en la historia de las telecomunicaciones.

Aquel entusiasmo no fue casual, pues la industria vendió la llegada del 5G como la infraestructura invisible de un mundo futurista con ciudades inteligentes, fábricas automatizadas, vehículos autónomos que se comunican entre sí al instante, y cirujanos que operan a pacientes a miles de kilómetros gracias a una conexión perfecta. Incluso se aseguró que el metaverso —esa idea aún difusa de realidad virtual social— tendría su base técnica en esta red ultrarrápida.

Pero seis años después, esa visión grandilocuente ha perdido fuerza. Lejos de convertirse en una revolución tangible, el 5G ha tenido un impacto casi imperceptible para el usuario promedio. En muchos países, sigue siendo una conexión inestable, apenas distinguible del 4G en la experiencia diaria. La señal de “5G” aparece en las pantallas, sí, pero rara vez significa una mejora real en la velocidad o en la calidad del servicio.

Ahora bien,  entre lo prometido y lo entregado es aún más evidente al mirar los costos. Según datos de Bloomberg, las operadoras móviles han gastado más de 150.000 millones de dólares solo en licencias de espectro, sin contar la millonaria inversión en antenas, torres y equipos. Esa apuesta multimillonaria no ha generado los beneficios esperados. En lugar de una revolución, el 5G se perfila como uno de los mayores fracasos financieros y tecnológicos de la última década.

A diferencia de las transiciones anteriores (2G a 3G, o de 3G a 4G), cada una con mejoras tangibles en la experiencia del usuario, el salto al 5G no ha ofrecido beneficios lo suficientemente perceptibles para la mayoría. Como indica Bloomberg, muchos usuarios apenas notan diferencia entre 5G y 4G, e incluso algunos reportan velocidades más bajas o conexiones menos estables. En regiones donde la cobertura es deficiente, el despliegue ha sido poco más que simbólico.

Te puede interesar: Claro no es el mejor en 5G, informe revela operador móvil con las velocidades más rápidas en esta tecnología ¿Cuál?

“La mayoría de las tecnologías emergentes de vehículos autónomos se han diseñado sin el 5G como requisito absoluto”, señala el análisis de Bloomberg, lo que revela que ni siquiera los sectores tecnológicos más innovadores han apostado realmente por esta red.

Otro aspecto clave del fracaso es el modelo de negocio que sustentaba la inversión en 5G. La industria esperaba que los consumidores estuvieran dispuestos a pagar más por acceder a esta tecnología.

Pero sin una mejora significativa en el servicio o aplicaciones realmente diferenciales, el incentivo para cambiar fue mínimo. Las operadoras, atrapadas en una lógica de competencia tecnológica más que de necesidad real, terminaron construyendo una red que nadie había pedido y que pocos están usando de forma significativa.

Counterpoint Research profundiza esta crítica al afirmar que el 5G se desarrolló sobre una “ilusión de demanda”. Las campañas de marketing llenaron de promesas futuristas a los consumidores, pero no crearon una base sólida de necesidades que justificaran el cambio. La conexión con el llamado “metaverso”, por ejemplo, fue una maniobra narrativa más que una realidad tecnológica; hoy, tanto el metaverso como el 5G coexisten en la periferia del interés del público general.

Te puede interesar: WOM, el operador que más pierde usuarios, y Claro, el que más recibe pese a sus bajas

En definitiva, el 5G no es un fracaso por ser una mala tecnología —en condiciones óptimas, puede ofrecer velocidades impresionantes—, sino por haberse implementado desde un enfoque que confundió el progreso técnico con la utilidad práctica. Es una lección costosa sobre los riesgos de anticipar revoluciones sin evaluar su anclaje en la realidad.

Lo que queda ahora es una infraestructura parcialmente instalada, inversiones que difícilmente se recuperarán y una ciudadanía que observa con escepticismo la próxima gran promesa tecnológica. Tal vez el 6G, si llega, aprenda de este fiasco: no basta con conectar más rápido, hay que conectar con sentido.

Imagen: Archivo ENTER.CO

Digna Irene Urrea

Digna Irene Urrea

Comunicadora social y periodista apasionada por las buenas historias, el periodismo literario y el lenguaje audiovisual. Aficionada a la tecnología, la ciencia y la historia.

View all posts

Archivos