Entre mayo de 2014 y marzo de 2016, los niveles globales de almacenamiento de agua terrestre, experimentaron una caída abrupta, una de las más significativas registradas desde el inicio de las observaciones satelitales. Este fenómeno, documentado por las misiones GRACE (Gravity Recovery and Climate Experiment) y su sucesora GRACE Follow-On (GRACE-FO), de la NASA, dejó huellas profundas en el balance hídrico de la Tierra y plantea interrogantes cruciales sobre su recuperación en el contexto del cambio climático.
La disminución media del líquido vital, durante este período alcanzó aproximadamente 22 mm en términos de altura de agua equivalente, lo que equivale a millones de litros de agua faltantes.
Según análisis basados en modelos bayesianos, este descenso representa un cambio estructural estadísticamente significativo en la serie temporal del almacenamiento global de agua terrestre, con una probabilidad superior al 99.9%. El epicentro de esta crisis fue el noreste de América del Sur, afectado por una sequía sin precedentes que coincidió con una serie de eventos de El Niño consecutivos, incluidos los de 2015-2016.
Este fenómeno no fue aislado. Sequías simultáneas en otros continentes, desde África hasta Asia, impidieron que los niveles de TWS se recuperaran incluso años después. Para 2023, el rango superior de TWS global seguía siendo 1 cm más bajo en comparación con los niveles previos a la caída, lo que subraya la persistencia de sus efectos.
Cambio climático y el ciclo hidrológico
El calentamiento global emerge como un factor potencial que agrava esta crisis hídrica. Las temperaturas en aumento intensifican la evapotranspiración, reduciendo la disponibilidad de agua en la superficie terrestre. Este secado neto de la tierra también está asociado con una mayor frecuencia e intensidad de eventos de sequía, lo que plantea dudas sobre el equilibrio a largo plazo del ciclo hidrológico global.
Las observaciones también revelaron una correlación entre la disminución de TWS y un aumento acelerado en el nivel del mar durante el mismo período. La pérdida de agua terrestre contribuyó a este incremento, reflejando la transferencia de masa desde la tierra hacia los océanos. Sin embargo, las estimaciones del nivel del mar han mostrado discrepancias significativas en los últimos años, lo que subraya la complejidad de este fenómeno.
El noreste de América del Sur fue una de las regiones más afectadas, con un mínimo histórico de almacenamiento de agua durante la sequía de 2015. Las anomalías de TWS en esta región, monitoreadas a través de GRACE y GRACE-FO, fueron drásticas, evidenciando un estrés hídrico extremo que impactó ecosistemas, comunidades y la agricultura local.
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Además, el impacto se extendió más allá de las fronteras sudamericanas. Al menos el 52% de las áreas terrestres no cubiertas de hielo alcanzaron mínimos históricos de TWS entre 2015 y 2023, según los datos analizados. Este porcentaje es significativamente mayor que el promedio histórico y evidencia la magnitud global de la crisis.
La recuperación de los niveles de agua dulce enfrenta múltiples desafíos. Mientras que las precipitaciones en algunas regiones han aliviado parcialmente las condiciones, las proyecciones climáticas sugieren que los eventos extremos, como las sequías prolongadas, serán más comunes en el futuro. Esto plantea la necesidad de medidas urgentes para gestionar de manera sostenible los recursos hídricos, especialmente en regiones vulnerables.
Además, las discrepancias en las estimaciones del nivel del mar y su relación con el TWS subrayan la importancia de mejorar los modelos hidrológicos y las capacidades de monitoreo satelital. Entender mejor cómo interactúan el ciclo hidrológico y el clima global será clave para prever y mitigar crisis futuras.
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