Durante décadas, la imagen del astronauta flotando en “el espacio” ha sido el símbolo máximo de la conquista humana más allá de la Tierra. Sin embargo, una reciente declaración desde la NASA sacude esa percepción, ningún astronauta ha salido realmente de la atmósfera terrestre. Y no se trata de una metáfora, sino de una verdad científica incómoda que nos obliga a replantear nuestras nociones del espacio exterior.
Doug Rowland, científico espacial de la NASA, lo explica con claridad: “La atmósfera no termina justo sobre nuestras cabezas, ni en la cima del Everest, ni donde vuelan los aviones. Sigue y sigue, cada vez más delgada, pero aún presente incluso donde está la Estación Espacial Internacional”.
Este concepto puede parecer contraintuitivo. ¿Cómo es posible que, a más de 400 kilómetros sobre el suelo, donde ya no podemos respirar y reina el vacío aparente, aún haya atmósfera? Pero lo cierto es que el aire, aunque casi imperceptible, continúa extendiéndose más allá de donde comienza la órbita baja terrestre.
Rowland detalla que incluso en esas altitudes “hay suficiente aire para desacelerar a la Estación Espacial. Si no se reimpulsara con cohetes, terminaría cayendo, igual que un auto pierde velocidad por la fricción del viento”. Así, esa delgada capa que nos envuelve no desaparece de golpe, sino que se transforma, se vuelve ionizada, se mezcla con radiación solar y se convierte en un laboratorio natural de fenómenos extremos.
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La noción tradicional de que “el espacio comienza a 100 km de altura”, en la llamada Línea de Kármán, ha sido útil para definiciones legales o de navegación aérea, pero no refleja la realidad física. El espacio, en sentido estricto, no tiene una puerta de entrada con cartel. Más bien, es una transición difusa y gradual entre capas cada vez más sutiles.
“Vivimos en la atmósfera de la Tierra, pero también en la del Sol”, dice Rowland. Y esa frase no es poética, sino técnica. Desde la Tierra hasta más allá de Plutón, estamos inmersos en la heliosfera, el campo de influencia solar lleno de partículas y radiación.
En este contexto, la afirmación de que “ningún astronauta ha salido de la atmósfera” es más una revelación que una corrección. Nos dice que, por muy lejos que vayamos, seguimos bajo la influencia de nuestro planeta. Nuestra aventura espacial, hasta ahora, ha sido apenas una caminata larga por el jardín extendido de la Tierra.
Y es precisamente ese “jardín”, lleno de gases, partículas y fenómenos magnéticos, el que estudia la NASA con detalle. Porque el espacio no es un vacío limpio y silencioso. Es un entorno vivo, dinámico, impredecible.
Al final, preguntar “¿dónde comienza el espacio?” es también preguntar “¿cuándo dejamos de ser terrícolas?”. Y, por ahora, la respuesta es clara: aún no lo hemos hecho.
Imagen: Archivo ENTER.CO