A la mayoría de nosotros nos ha pasado que, cuando bebemos en exceso, hacemos tantas estupideces que parece que el alcohol tuviera un demonio que se apodera de nosotros y nos hace actuar de manera distinta a lo habitual. Cuando recordamos o nos cuentan lo que pasó, además de incrementar el guayabo, nos sorprendemos tanto que nosotros mismos pensamos que se trata de otra persona.
Entonces, cuando sabemos que hemos llamado a la expareja, que hemos hecho un escándalo, que comenzamos una pelea o que besamos a un feo desconocido, nuestra única excusa es decir: “no fui yo, fue el alcohol, estaba borracho”.
Pero ahora la ciencia te dice que esa excusa no es válida y que el licor no cambia nuestra personalidad, que básicamente seguimos siendo la misma persona, aunque, quizá, un poco más desinhibida.
Lee más sobre alcohol en este enlace.
Investigadores de la Escuela de Psicología de la Universidad de Plymouth, en el Reino Unido, iniciaron un estudio en el que reunieron a 48 personas, 32 mujeres y 17 hombres, de entre 18 y 42 años de edad, que debieron abstenerse de tomar licor 12 horas antes del experimento.
A todos ellos los ubicaron en tres grupos diferentes: a uno, conformado por 10 mujeres y 6 hombres, se les dio un placebo de alcohol; a otro, también con 10 mujeres y 6 hombres, les dieron bajo contenido de alcohol, y, finalmente, uno de 11 mujeres y 5 hombres, a quienes se les dio un alto contenido de alcohol.
Otra foto pa’ esta mesa
Antes de suministrarles alcohol, los participantes completaron un cuestionario electrónico para analizar sus niveles de psicopatía, en distintos ítems como egoísmo o impulsividad, entre otras. Además, se les evaluó su personalidad, analizando seis dimensiones: honestidad-humildad, emocionalidad, extraversión, conciencia, simpatía y apertura a las experiencias. Y, finalmente, también se evaluó su escala de autoimportancia e identidad moral.
Luego de ese primer análisis, se les presentaron a los participantes una serie de fotos de personas con diferentes expresiones faciales (feliz, triste y neutral), con equilibrio de género y caucásicos, para medir sus estímulos emocionales. Todas las imágenes tenían el mismo tamaño y se presentaron en escala de grises. A cada participante se le pidió que indicaran cómo se sentían frente a cada expresión, en una escapa de 1 a 9, donde uno era negativo y 9 positivo.
Además, para medir sus niveles de empatía, se les presentaron imágenes de manos y pies en condiciones dolorosas y neutrales. Entonces, se les pidió que indicaran la cantidad de dolor que creían que la persona de la imagen estaba experimentando.
¿Matar o no matar? Esa es la cuestión
Y, finalmente, a los participantes se les presentó una tarea de acción hipotética moral y no moral, y una tarea de juicio moral y no moral, mientras se les medía su frecuencia cardíaca.
Para la primera tarea, a los participantes se les presentó un escenario de realidad virtual en el que un tren moderno estaba a punto de atropellar a cinco personas y se le indicaba verbalmente al participante que, si oprimía un botón en el joystick, podía arrojar a las vías a una persona grande para descarrilar el tren, asesinándolo, pero salvando a los otros cinco.
Luego, se les presentaron dilemas morales válidos, comparable al dilema de la pasarela descrito anteriormente, y debían indicar si les parecía moralmente aceptable realizar alguna acción frente al escenario pospuesto. Luego de responder, se les preguntaba si realizarían algún comportamiento y, finalmente, si esa acción les parecía utilitaria o no.
Tu empatía cambia, tu personalidad, no
Loa resultados indicaron que, en cuanto a la empatía con las imágenes de emociones y dolor, los participantes que consumieron altos niveles de alcohol mostraron un cambio en su percepción de las emociones felices y tristes. La calificación de las expresiones felices, luego de beber alcohol, se percibieron más negativas, mientras que las tristes se percibieron más positivas.
En cuanto a los dilemas morales, los resultados indican que el alcohol no afectan el juicio moral de las personas. Quienes eligieron empujar a la persona grande a las vías estando sobrio, también lo hacía en estado de embriaguez. Si se negó a sacrificar esa vida, también lo hizo con tragos en la cabeza.
Entonces, la conclusión es que el alcohol no cambia nuestra personalidad y en el fondo seguimos siendo las mismas personas, juzgando situaciones morales de la misma forma como lo haríamos sobrios, aunque nuestra interpretación de las emociones ajenas sí cambie. Entonces, si llamas a tu ex, es porque siempre quisiste hacerlo, solo que el alcohol mató a Pepe Grillo y esa vocecita ya no te detuvo.
Imágenes: Link Springer y LightFieldStudios (vía: iStock).