Emilia Pérez, de Netflix, ambientada en México y dirigida por el director francés Jacques Audiard, se ha convertido rápidamente en una de las películas más polémicas del año. Se estrenó a través de Netflix en varias partes del mundo en noviembre del 2024. Pero, llega a las salas de cine en lugares como México y Colombia a finales de enero. La cinta, sin duda, es arriesgada, pues se atreve a tocar problemáticas actuales y relevantes; narcotráfico, desapariciones, feminicidios, violencia, transexualidad, sexualidad, entre otros. Sin embargo, apenas logra arañar la superficie de estos temas sumamente complejos e importantes, a los cuales termina, más bien, ridiculizando.
La película ha generado varias discusiones alrededor no sólo alrededor de la temática, sino también de las actuaciones y estilo. El guión, las canciones y algunas actuaciones son mediocres e intrascendentes. Pero, la polémica se intensifica cuando se empieza a perfilar como una de las favoritas en la temporada de premios. Por ejemplo, en los Globos de Oro, fue la película más nominada, con diez nominaciones, y la que más premios ganó, con cuatro victorias, incluido mejor película musical o comedia.
La historia gira alrededor de un jefe del narcotráfico mexicano que contrata a una abogada para que lo ayude en un proceso de conversión de género. Ello implica conseguir un doctor discreto pero profesional y, a la vez, proteger a su familia, esposa e hijos. Al pasar los años, y ya viviendo como mujer, Emilia Pérez busca conectar de nuevo con su familia y en el proceso intenta redimir sus acciones como narcotraficante liderando una organización que pretende, principalmente, encontrar a los desaparecidos víctimas del narcotráfico en México.
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Si bien la temática no está mal per se, su desarrollo está lleno de sobresimplificaciones que rayan en la caricaturización de problemáticas sociales. Latinoamérica, y en especial México y Colombia, ha sufrido enormemente a causa del narcotráfico. En ambos países la cifra de muertos llega a cientos de miles en este siglo. Y, especialmente en México, se está viviendo una dolorosa y compleja situación de desaparecidos. Según el diario El País, el número de personas desaparecidas en el país llega a 110.000, y son alrededor de 70.000 los cuerpos sin identificar. La realidad es escalofriante y es una necesidad exponerla. Pero el error de la película no está en hablar del tema, está en la completa carencia de sensibilidad para abordarlo. Y hay varios elementos que así lo demuestran.
En primer lugar, se nota la ligereza con la que se acercan a está realidad. En una entrevista, al preguntarle qué tanto había estudiado la cultura y el contexto méxicano, el director respondió que “no tanto”, que lo que tenía que entender ya lo sabía. No se tomó la molestia de ahondar en el tema, viajar a México a entender la realidad o entrevistar a las víctimas de estos fenómenos. Y eso, en mi opinión, es un mínimo si estás hablando de la realidad de un país ajeno a través de tu relato.
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Asimismo, las víctimas en la película son relegadas a un segundo plano. Las historias, de ficción, que allí retratan sirven más bien como un telón de fondo que ayuda a desarrollar el arco de “redención” de la protagonista. Como expliqué antes, la narcotraficante Emilia Pérez busca redimirse de sus crímenes, después de su cambio de género e identidad, liderando la búsqueda de miles de desaparecidos. Las víctimas, y la dura realidad mexicana, se reducen a eso, a una simple instrumentalización para completar el arco de la protagonista de una narco-novela.
Más allá de eso, la victimaria no da la cara, pues se esconde ante el público bajo otra identidad. No pide disculpas y no asume responsabilidad ante el país, ni ante las víctimas. Excluyendo, así, un elemento clave en procesos de reparación. Eso no significa, en lo absoluto, que los actos de los victimarios de reparación y verdad en el marco de un conflicto no sean valiosos. Claro que lo son. Es más, son necesarios, pues son un componente fundamental en la búsqueda por la justicia, paz y reparación. Pero esto requiere mucho más. Abordar el tema de una forma simple, sin tener en cuenta las múltiples dimensiones que requiere, y no centrarse en las víctimas, es erróneo y peligroso
Por último, y para empeorar todo, el arco del personaje termina siendo una apología al delito y al narcotráfico. Hay un punto donde la protagonista se ve en la necesidad de retomar las actividades ilícitas y volver al mundo de la violencia y la extorsión, propias del narcotráfico, para solucionar sus conflictos personales. Y la película parece romantizarlo al mostrarlo como algo heroico. Incluso hay una escena donde sus trabajadores se preparan para una misión, armándose por completo con toda clase de rifles, y lo presentan como si fuera algo épico.
Y, por si fuera poco, Emilia Pérez acaba retratada como una figura digna de devoción para el pueblo mexicano. Sí, pareciese que solo con la ayuda que hizo a algunas víctimas ya todo estaba arreglado. Por lo tanto, lo que aquí se hace es lavarle la cara a la figura del criminal. Sus acciones no borran el daño que causó, no solucionan la problemática y, mucho menos, la hacen digna de veneración.
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Emilia Pérez es una burla al pueblo mexicano. Como colombiano y latinoamericano me solidarizo con ellos. El cine no puede ser un medio para difundir las difíciles realidades de culturas ajenas de forma insensible para entretenimiento de quienes las desconocen. Ojalá en los Óscares, y en el resto de la temporada de premios, se reconozca a películas que sí se toman la molestia de presentar críticas de forma pertinente y responsable como Anora, Cónclave, El Aprendíz (The Apprentice), El Brutralista (The Brutalist), o La Sustancia (The Substance). O a películas latinoamericanas realmente auténticas como I’m Still Here (Ainda Estou Aqui).
Imagen: Captura de Pantalla