Es difícil poder digerir una película como El Brutalista, pues es de un tamaño enorme. Literalmente, dura tres horas y media, incluido un intermedio de 15 minutos. Pero, más allá de eso, se siente como una película monumental, un clásico instantáneo que aborda temas complejos pero sumamente relevantes en el contexto actual. Es, sin duda, una de las favoritas para los premios Óscar. Cuenta con diez nominaciones; entre las cuales se destaca mejor película, mejor actor y mejor fotografía.
La película, producida y dirigida por Brady Corbet, cuenta la historia de Lászlo Tóth, un arquitecto judío que logra migrar a Estados Unidos tras sobrevivir al Holocausto nazi en la Segunda Guerra Mundial. La brillantez de la cinta, en mi opinión, recae en el uso de la arquitectura brutalista como herramienta de narración y simbolismo. Esta arquitectura es un personaje más, pero, a la vez, es un reflejo del desarrollo de Lászlo en su búsqueda por empezar una nueva vida y alcanzar el sueño americano.
El brutalismo es un estilo arquitectónico que precisamente surgió después de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la principal motivación era la de reconstruir sobre lo destruido y dejar los horrores de la guerra atrás, así como el protagonista de esta película.
La principal y más evidente característica física de las construcciones brutalistas es el uso de los materiales puros; como su nombre lo dice, en bruto. Así, materiales como el concreto crudo (es decir, sin pulir) son protagonistas en este tipo de obras. Ello permite apreciar la textura, la rigidez, color y demás propiedades inherentes al elemento.
También se caracteriza por la simpleza con la que los edificios son diseñados. Esto se debe a que prima la función sobre la estética. Es decir, la prioridad es que el edificio cumpla su función antes de ser adornado con detalles puramente embellecedores como se usaba en estilos arquitectónicos anteriores como el barroco o el gótico.
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Pero, ¿por qué este estilo específico se impondría después de la Segunda Guerra Mundial? Primero porque, como mencioné antes, había la necesidad en Europa de reconstruir enormes cantidades de edificaciones destruidas en la guerra. Segundo, por la influencia del reconocido arquitecto modernista francés Le Corbusier. Es, entonces, como las estructuras simples y sin mucho trabajo en los materiales del estilo brutalista se convierten en las soluciones constructivas de bajo costo y rápida ejecución que necesitaban las ciudades. Además, por supuesto, seguir diseñando con exagerada decoración y adorno no parecería una decisión sensible al contexto.
Pero no solo en Europa surgió el brutalismo, en Estados Unidos, lugar donde se desarrolla la película, también fue tendencia. El período de guerra motivó directamente los procesos de renovación urbana en el país, ya que los urbanistas vieron que en Europa la destrucción se convertía en una oportunidad para “construir mejor”. Sólo que, en esta ocasión, fue intencional, pensando que, destruyendo barrios informales y marginales, y reemplazándolos por estructuras nuevas, iban a solucionar profundos problemas sociales.
Pero además, muchos de los edificios brutalistas que se construyeron fueron grandes estructuras que denotaban poder. Poder que Estados Unidos tuvo afán de mostrar en la Guerra Fría.
En El Brutalista no hay renovaciones urbanas, pero sí un fuerte componente social, enfocado directamente en el protagonista como migrante. László, sumido en la pobreza y la miseria en un nuevo país , es contratado por un millonario cliente, Harrison Lee Van Buren. El sueño americano en todo su esplendor.
Es así como el proyecto arquitectónico en el que se sumerge el protagonista de esta historia se convierte en su anhelo para salir adelante, aunque también es el espejo de su desarrollo. Como los edificios, percibimos a este personaje como alguien imponente y frío. Pero, como la crudeza de los materiales, la película nos muestra su interior, su lado más vulnerable. Nos muestra el ser humano que es: los dolores de su pasado, sus vicios y sus frustraciones.
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Más allá de eso, como en el brutalismo, László se enfoca más en la utilidad y no en la belleza. Y no estoy hablando sólo del edificio que diseña. Dedica su vida a ser útil, a trabajar, y puede tender a olvidarse de ser feliz o simplemente no lo logra. Y aquí está la primera crítica al sueño americano.
Pero el juicio más profundo a ese sueño recae en su condición de migrante. El brutalismo fue una solución práctica, pero no deja de ser un estilo controversial. Si no son bien mantenidos, la exposición de materiales tiende a deteriorar las condiciones de los edificios. Muchos de ellos fueron abandonados alrededor de Europa. Por esto, y por su estética, muchas personas y usuarios no valoran y tienden a criticar estas obras.
Las encuentran fuera de lugar en los contextos donde se encuentran. Así mismo es retratado László en la película. Como migrante talentoso, es útil para los intereses personales y de poder del que lo contrata. Pero como persona es percibido como alguien que no pertenece. Ahí es donde hay un conflicto entre el éxito profesional (el triunfo del personaje) y su exclusión en la sociedad donde pretende progresar.
Lo triste es que no es un edificio, no es un objeto, es un ser humano. Todos los migrantes lo son. Por eso la crítica que presenta El Brutalista, a parte de bien ejecutada, es sumamente pertinente hoy. Las decisiones del actual gobierno de Estados Unidos y muchas ideologías políticas a nivel mundial frente a los migrantes le dan suma relevancia.
Imagen: Captura de pantalla del tráiler