“Si la vida te da mandarinas”, una historia que no romantiza el dolor, pero tampoco lo convierte en espectáculo

Hay series que se quedan en la memoria por sus giros argumentales, por la espectacularidad de su producción o por la fuerza de sus villanos. Pero “Si la vida te da mandarinas”, protagonizada por IU como Oh Ae-sun y Park Bo-gum como Yang Gwan-sik, se instala en el alma por razones más profundas y menos estridentes. Esta producción coreana no necesita de antagonistas clásicos para generar conflicto; en su universo, la vida misma —con sus imprevistos, sus tiempos torcidos y sus decisiones mal entendidas— es suficiente.

La narrativa de la serie se mueve con delicadeza entre el pasado y el presente, como si cada recuerdo tuviera la clave de un presente roto o a punto de romperse. A través de estos flashbacks, el espectador entiende no solo las decisiones de los personajes, sino también sus silencios. El guion no se apura en juzgar, más bien observa con paciencia, y esa es quizá una de sus mayores virtudes, la cual permite que las acciones hablen más que los diálogos.

Oh Ae-sun, una mujer común con un sueño poco común —ser poetisa— representa a toda una generación de mujeres que postergaron lo propio por lo colectivo, la familia, la pareja, las costumbres. Pero lo extraordinario en su historia no es solo que haya cumplido su sueño, sino cómo lo hizo, sin arrasar con nadie, sin destruir lo construido, simplemente esperando el momento en que pudiera tomar lo que siempre le perteneció. Su historia no es una venganza, es una pausa que se convierte en acción.

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Detrás de ella, sosteniéndola sin invadirla, está Yang Gwan-sik, un hombre que en tiempos de rigidez emocional fue ternura silenciosa. Su amor, constante y sin estridencias, se convirtió en el hogar que permitió a Ae-sun florecer. Su figura rompe con el molde del proveedor distante; Gwan-sik elige a su esposa todos los días, incluso por encima de sus propios hijos, de las expectativas familiares, y hasta de su propio deseo de ser reconocido como padre. Hay algo doloroso y hermoso en ese gesto, darlo todo sabiendo que quizás nunca se le entienda del todo.

Pero no todo es luz en esta historia, ya que la serie tiene una mirada afilada hacia las heridas que los padres dejan en sus hijos, no por maldad, sino por ignorancia, por dolor no resuelto, por soledad. El personaje de Bu Sang-gil (interpretado con honestidad por Choi Dae-hoon) representa esa figura paterna que hiere sin intención, que carga con su propio abismo emocional y lo derrama sobre quienes más ama. La serie no acusa, pero sí revela: a veces, el amor mal comunicado puede dejar marcas tan profundas como la ausencia.

Lo más poderoso de “Si la vida te da mandarinas” es que no romantiza el dolor, pero tampoco lo convierte en espectáculo. Sus momentos felices no son grandes gestas, sino instantes que se cuelan entre días grises: una comida en silencio, una carta nunca enviada, un poema recitado al oído. Son escenas pequeñas que, sin embargo, logran abrir espacios enormes en la experiencia del espectador.

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Esta serie es una invitación para padres e hijos a mirar más allá de lo obvio; a entender que los errores, muchas veces, nacen del amor mal entendido. Que nuestros padres también fueron hijos, también tuvieron sueños postergados, también fallaron y fueron fallados. Y que nosotros, como hijos, no siempre tenemos el contexto para comprender el porqué de sus actos, pero sí la opción de mirar con compasión.

“Si la vida te da mandarinas” no es solo una serie, es un espejo delicado y brutal a la vez, un retrato de cómo las pequeñas decisiones cotidianas pueden construir una vida o llenarla de silencios. No hay villanos aquí, solo personas intentando amar lo mejor que pueden.

Y quizás, con eso, basta.

Digna Irene Urrea

Digna Irene Urrea

Comunicadora social y periodista apasionada por las buenas historias, el periodismo literario y el lenguaje audiovisual. Aficionada a la tecnología, la ciencia y la historia.

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