El pasado 15 de febrero, los sitios web del Ministerio de Defensa y de los dos bancos más importantes de Ucrania sufrieron un ciberataque que provocó su colapso. Las autoridades rusas aseguran que nada tuvieron que ver en el incidente. Sin embargo, la asesora de seguridad nacional para ciberataques de EE.UU, Anne Neuberger, no solo sostiene que las pruebas indican lo contrario, sino que recordó que entre Ucrania y Rusia, los aires de guerra, antes de dejarse sentir en la frontera de los dos países, han soplado primero, y desde hace varios años, en Internet.
Desde la Universidad de Harvard, por ejemplo, se sugiere que entre más tensión haya en el ambiente, más probable será la amenaza cibernética desde el Kremlin se podría estaría preparando contra la infraestructura energética, financiera y de comunicaciones no solo de Ucrania, sino también de occidente. Esa, por lo menos, es la alerta que lanzó la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad de EE.UU (CISA, por sus siglas en inglés) en la que se advierte sobre el riesgo de que los ataques cibernéticos rusos se terminen propagando a las redes de EE.UU y de las principales instituciones financieras europeas que responderían a las represalias contra el gigante asiático.
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La alarma surge porque, como recoge El Espectador, en el pasado (exactamente en el año 2017), un ataque cibernético ruso conocido como “NotPetya” paralizó el sistema de cajeros electrónicos de Kiev, los computadores de la antigua planta nuclear de Chernóbil, y el funcionamiento de empresas tecnológicas, farmacéuticas y de transporte como Maersk. A este episodio se le suma también la injerencia en los comicios electorales en Ucrania de 2014, en donde una de las tácticas usadas, además de atacar los sitios web gubernamentales, involucró también toda una estrategia de desinformación en ese país.
El anterior panorama, por el cual varios ya han propuesto crear reglas claras y sanciones por el uso indebido del ciberespacio, se puede leer bajo el concepto de “guerra híbrida”: una modalidad que implica que, además de la tensión física que suponen los 150.000 soldados rusos en la frontera y los bombardeos registrados en la ciudad ucraniana de Stanytsia Luganska, se cuentan también los riesgos que representa el uso de la tecnología para desestabilizar a ese país desde la propagación de noticias falsas y propaganda prorrusa.
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