A estas alturas, es más probable que te reconozca una máquina que el portero de tu edificio. Con un crecimiento del 21% anual, la biometría facial está dejando de ser una promesa futurista para convertirse en una herramienta omnipresente en Colombia, utilizada en bancos, aeropuertos, notarías, apps móviles y hasta en elecciones. La cara, se ha convertido en la llave maestra, pero, ¿hasta qué punto estamos preparados para convivir con esta tecnología?
En el último año, Colombia superó las 600 millones de validaciones de identidad digital. La cifra es tan abrumadora como reveladora, pues millones de rostros escaneados, procesados y almacenados para verificar identidades con un solo parpadeo. La Registraduría Nacional del Estado Civil, con una base de datos que supera los 58 millones de rostros, es ahora uno de los mayores repositorios de identidades en América Latina.
Este crecimiento está anclado en una necesidad legítima para combatir el fraude. Un 65% de las empresas en el país ha reportado un aumento en los casos de suplantación de identidad, y el 17% de los colombianos ha sido víctima directa, convirtiéndo la biometría en un escudo digital, sin embargo, toda armadura tiene puntos débiles.
Durante el evento Next Generation ID, líderes de sectores clave —finanzas, telecomunicaciones y tecnología— se reunieron para discutir el papel crucial de la identidad digital. El mensaje fue unánime: la protección de la identidad es un asunto de soberanía digital. Pero también dejaron claro que el avance tecnológico debe venir acompañado de criterios éticos, regulaciones sólidas y, sobre todo, confianza.
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OlimpIA, empresa colombiana que opera como proveedor de autenticación digital, presentó su solución OKey, que combina inteligencia artificial, biometría facial y comportamiento de uso; su sistema promete experiencias de autenticación fluidas, seguras e inclusivas.
Sin embargo, en una era en la que los deepfakes aumentaron globalmente un 45% en solo un año, no basta con confiar en la precisión del algoritmo, la pregunta inevitable es ¿quién vigila al que vigila?
El caso de Colombia no es aislado, en Latinoamérica, el 51% de las pérdidas por fraude provienen ya de canales digitales. Pero a diferencia de otros países, Colombia ha dado pasos estructurales hacia una infraestructura de identidad digital nacional.
Uno de ellos es la expedición electrónica del Certificado de Nacionalidad con validación biométrica, una medida celebrada por su impacto en la eficiencia estatal, pero que también abre el debate sobre la centralización de los datos biométricos.
Aunque se insiste en que estas tecnologías son “inclusivas”, la realidad es más compleja. La biometría funciona mejor en ciertos tonos de piel, condiciones de iluminación y con expresiones neutras. ¿Qué pasa con las personas mayores, con discapacidades o con escaso acceso a tecnología? La inclusión real va más allá del diseño del sistema: implica garantizar el acceso y la protección efectiva para todos.
Simbad Ceballos, CEO de OlimpIA, lo dijo claro: “Hoy la identidad digital no es un lujo, es infraestructura crítica”. Tiene razón. Pero como toda infraestructura, necesita vigilancia, auditorías y un marco legal que esté a la altura de los riesgos.
El futuro inmediato plantea un dilema, ¿seguiremos entregando nuestros rostros a cambio de conveniencia? ¿O exigiremos mayor control y transparencia sobre cómo, cuándo y para qué se usan estos datos?
En Colombia, la biometría facial no es solo una tendencia tecnológica. Es el reflejo de una sociedad que avanza digitalmente, pero que aún debe decidir si ese avance será guiado por la eficiencia… o por los derechos.
Imagen: Generada con IA