Por años, el hogar conectado y el internet de las cosas aparecieron en las listas de tendencias. Y a veces salían productos simpáticos y exitosos, como el termostato Nest, los parlantes Sonos o los bombillos Philips Hue. Pero la promesa seguía sin cumplirse.
Es que no solo se trata de los aparatos. El reto real es crear ecosistemas del hogar: protocolos y estándares de comunicación que permitan que todos esos curiosos gadgets funcionen juntos. El CES que acaba de terminar en Las Vegas fue el momento de madurez para el hogar conectado.
En la feria de Las Vegas vimos, finalmente, la concreción de las apuestas de muchos fabricantes en este mercado. Por un lado, hubo equipos de todo tipo (desde lavadoras hasta mangueras para el jardín o ventiladores de techo) que se conectaban con Apple HomeKit, Brillo (la plataforma de Google) o SmartThings, el ‘hub’ para los dispositivos conectados que Samsung compró en 2014.
Hasta los carros se metieron en la competencia por el hogar inteligente. Cada gran fabricante anunció una alianza con una empresa de tecnología para integrar a los vehículos en los ecosistemas de hogar inteligente. Ford con Amazon, BMW con Samsung, VW con LG…
Y por otro lado, vimos una obsesión por volver ‘inteligentes’ dispositivos de todo tipo: pesas, cucharas, zapatos… Eso ha pasado en todos los CES recientes: ese es un evento que suele ser el clímax de la corta vida de infinidad de gadgets inútiles, pero ocurrentes. En una época en la que los chips y las partes electrónicas se consiguen de forma abundante y barata, todo puede volverse digital. Que eso sea buena idea o no es otra historia.
“La gente solo va a pagar por aparatos que solucionen problemas de la vida diaria”, dice Hernán Castro, director comercial de Technoimport, una empresa que se dedica hace años a vender equipos de automatización para hogares. Eso, que parece un poco obvio, es un buen ‘polo a tierra’ cuando se recorren los pasillos de la feria. Al final, nadie se va a acordar de la mayoría de esas cosas, porque parecen más inspirados en la tecnología que en los usuarios.
Por eso mismo es que las plataformas son mucho más interesantes que los dispositivos. Si es verdad que vamos a tener una invasión de electrodomésticos ‘inteligentes’ en hogares del futuro cercano, es crucial que se entiendan entre sí. Tener una aplicación para los bombillos, una para los parlantes y otra para el aire acondicionado no tiene sentido: si nos ahorramos las apps no perdemos nada, excepto el dinero extra que pagamos porque eran ‘inteligentes’.
Solo cuando están integradas es posible crear un verdadero lugar que optimice las necesidades de seguridad, alimentación y entretenimiento que tenemos todos. El valor de que estén conectadas solo se despliega si en efecto lo están. Y las plataformas son las que hacen eso posible. Por eso, que hayan ocupado un lugar tan central en el CES es saludable, y muestra que el internet de las cosas por fin está dejando de ser puro humo.
Pero esto tiene sus propios problemas:
El ‘momento smartphone’
Imagina por un momento que estás armando tu hogar inteligente. Estás haciendo una inversión que, esperas, te dure muchos años. Para eso, los electrodomésticos no solo deben ser de buena calidad y aguantar el uso cotidiano. Es igualmente importante elegir un ecosistema que vaya a seguir creciendo en el futuro, y que sea compatible con las cosas que vayan apareciendo: no te quieres estancar.
Ese problema ya está solucionado en otros mercados de tecnología. Puedes elegir entre Windows, Mac OS X y Linux, con la relativa confianza de que tu inversión en programas y aplicaciones se va a poder usar por varios años en el futuro, y que tus archivos y documentos van a ser compatibles por mucho tiempo.
Lo mismo con los smartphones: tanto iOS como Android van a existir por muchos años más, y lo que inviertas en alguna de esas plataformas seguro lo conservarás. En todos esos casos, tenemos la certeza casi plena de que podremos usar los nuevos programas y servicios que se vayan creando.
Ese es el principal problema del hogar conectado. Hay cientos de estándares diferentes, y no todos se entienden entre sí. Asegurar que la inversión de un comprador va a tener valor en el tiempo es complicado, aun cuando esté detrás una marca grande, como Apple, Google o Samsung: el futuro de HomeKit, Brillo y SmartThings depende de muchas cosas que pueden ocurrir.
Por eso, ver que cada fabricante empuja su propio ecosistema también es un poco preocupante: no todos van a sobrevivir. Y así como hace 15 años había muchísimas opciones para escoger un teléfono celular ‘inteligente’, el tiempo y el mercado escogieron dos. Y normalmente así pasa con los productos de tecnología; sobreviven dos plataformas fuertes y una tercera queda ahí para usuarios fanáticos. A quienes eligieron WebOS, Symbian o BlackBerry les tocó pasarse y perder lo que llevaban allí de apps y servicios.
Por fortuna, varias empresas están pensando en poner a hablar los diferentes estándares, pero ese esfuerzo no se escapa de los celos industriales que existen entre los gigantes empresariales. Es que hay que convencer a LG y a Samsung de que sus equipos tienen que entenderse, o a Intel y a Qualcomm de que deben dejar de intentar crear ecosistemas separados basados en sus chips.
En un equipo mucho más costoso que un smartphone, con una vida útil cuatro o cinco veces superior, ese riesgo es mucho mayor. Una cosa es cambiarse de teléfono y perder algunas apps y unas horas de configuración. Otra, tener que escoger entre comprar una nevera nueva y mantener otra que refrigere la comida a la perfección pero que esté obsoleta, llena de huecos de seguridad informática y sin soporte.
Por eso, es urgente que el hogar conectado tenga su ‘momento smartphone’. Los compradores que se decidan corren el riesgo de que las compañías los usen para –como dice Castro– “justificar la rotación”. Lo peor que nos puede pasar como consumidores es que las compañías decidan acelerar aun más la obsolescencia de los productos que nos venden.
Es que eso no solo es codicioso, sino que nos pone en peligro. Si la nevera es ‘el corazón del hogar’, como dijeron varios fabricantes, se espera que pongamos nuestras cosas más privadas en sus pantallas: los dibujos de los niños, las citas médicas, nuestras rutinas cotidianas, las tarjetas de crédito con las que compramos los víveres. Si el mercado lleva a las compañías a dejar de darles soporte a esos equipos, la información que está en ellos deja de estar segura.
Por eso, los consumidores tienen que saber qué caminos son los más seguros. De lo contrario, comprar un electrodoméstico conectado va a ser como poner a rodar una ruleta.
Imágenes: 3d_kot (vía Shutterstock), ENTER.CO.