Hay cosas que obviamente deben estar prohibidas en un evento olímpico. Por ejemplo: armas, drogas, alcohol o apuntadores láser. Otras restricciones, en cambio, parecen más difíciles de explicar. La de los hotspots personales Wi-Fi, anunciada por el comité organizador de los juegos, es una de ellas.
En ningún evento olímpico será posible tener “accesos inalámbricos personales o privados, o ‘hotspots’ 3G“, según un documento que se les entrega a los visitantes a las zonas de competencia. “No hay instalaciones de almacenamiento disponibles y si usted pierde su dispositivo, no podrá recuperarlo“, advierte el folleto. Sin embargo, los teléfonos celulares y otros dispositivos personales sí podrán ser usados en las instalaciones olímpicas.
Esta no es la única prohibición similar que se vive hoy en Londres, que -según dice la versión británica de Wired– atraviesa una “pista de obstáculos regulatoria” por motivo de los Juegos. Hay una aún más estricta: en los eventos que se realizarán en el parque St. James no será posible llevar “ningún equipo que pueda reproducir o transmitir material de audio o video“. Básicamente: ningún equipo electrónico.
¿Por qué tanta fobia al Wi-Fi? GigaOM especula que, lejos de los motivos de seguridad que justificarían tales restricciones, en este caso, el argumento es comercial. Resulta que British Telecom es la proveedora de telecomunicaciones oficial de los Juegos, e instaló 1.500 puntos de Internet inalámbrico en las instalaciones olímpicas.
Para usarlos gratis hay que ser suscriptor de la banda ancha de esta empresa. De lo contrario, la tarifa es de 5,99 libras (9 dólares) por 90 minutos, 9,99 libras (16 dólares) por 24 horas, o 26,99 libras (42 dólares) por cinco días. Unos precios muy de acuerdo con la intención del Comité Olímpico Internacional de que estos sean “los Olímpicos más conectados de la historia“…
los olímpicos sin celulares ni cámaras
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