Ser un país que quiere sacarle el máximo provecho a la transformación digital no sirve de mucho cuando todavía tenemos una mentalidad analógica que no nos deja avanzar. Para la muestra, algunos botones.
Primero: hace unos meses tuve que afiliarme a los servicios de una entidad pública que, para adelantar el trámite, me pedía llenar un formulario algo extenso en su sitio Web. Debo decir que el servicio en la línea de atención telefónica fue excelente: me ayudaron de manera efectiva y muy amable a resolver las dudas que tenía, cosa a la que uno no está muy acostumbrado en Colombia.
Al escribir mi número de cédula en el formulario en línea, el sistema completó el resto de mi información personal, incluido mi nombre, en el que cambió las letras ñ que aparecen en mis dos apellidos por letras n. Al llegar a la oficina donde debía concluir el trámite me dijeron que debía usar las ñ, como aparece en mi cédula. Y para hacerlo, tenía que volver a mi casa a llenar nuevamente el formulario completamente.
No había forma de modificarlo en la estación de trabajo de alguno de los funcionarios de la entidad ni tenía la posibilidad de recuperar en casa una versión editable a la que solo tuviera que cambiarle los datos errados. Cambiar dos letras significó tener que volver a mi casa y volver a empezar el proceso de ceros.
Sí, me recomendaron hacerlo en un café Internet que queda a la vuelta de la oficina, pero realmente no me genera mucha confianza usar un establecimiento de este tipo para llenar un formulario con toda mi información personal. Aunque seguramente ese negocio es uno de los grandes beneficiados con la transformación digital.
Un paso para adelante y otro para atrás
Segundo: en otra ocasión fui a hacer un trámite a una entidad privada. Para adelantarlo, primero tenía que actualizar mis datos personales, de los que la encargada tomó atenta nota en su computador. Luego tuve que firmar y poner la huella de mi índice derecho en dos dispositivos electrónicos. Todo quedó registrado de forma digital. ¡Listo!
Luego, para hacer el trámite que necesitaba, tuve que volver a escribir mis datos a mano, con esfero, en un formulario de papel, en el que además debí firmar al final de la hoja y estampar mi huella con tinta.
Tercero: el seguro obligatorio del carro, el famoso Soat. Será digital para todos a partir del primero de enero del 2019, pero varias personas ya lo tenemos en ese formato. Sin embargo, me dieron una copia en papel, por si de casualidad alguna vez me paran en un retén en el que no tengan conexión a Internet para verificar que tengo el documento al día.
Cuarto: fui a un banco a pedir una tarjeta de crédito y no me recibieron la constancia de pago de la declaración de renta que se puede bajar de Internet, porque no tenía un sello.
Debe ser por eso que uno se maravilla cuando llega de un viaje y, al pasar por inmigración, tiene la posibilidad de ir a una máquina que reconoce el iris para facilitar el proceso ¡que sí funciona!
Como en la introducción de ‘El hombre nuclear’, “poseemos la tecnología”, pero a veces no tenemos idea de cómo usarla.