Por Javier Méndez
Editor de Tecnología de EL TIEMPO
La primera vez que escuché hablar de Bill Gates fue en abril de 1988. A los 32 años, él era el billonario más joven de Estados Unidos (personas con fortunas superiores a 1.000 millones de dólares) y eso le valió un perfil más bien frívolo en la revista L’Express, que yo leí traducido como “El multimillonario del chip”, un titular desatinado que quizá le puso para la versión en español un editor que no tenía ni idea de que Microsoft producía software y no hardware.
Para ser sincero, yo tampoco sabía qué hacía Microsoft. La única aplicación que usaba en la época era WordStar, de la empresa MicroPro, que empleaba en la ‘clase de informática’ de mi facultad de periodismo. Esta era más una clase de ‘cultura general’, pues en el día a día usábamos máquinas de escribir, todavía en boga en Colombia pese a que el IBM PC se había lanzado siete años atrás en E.U.
En aquel entonces no sabía que lo que había debajo de WordStar era un programa de Microsoft, MS-DOS, que aunque aprendí a manejar me pareció un esperpento, pues por los mismos días me sedujo un Mac Plus que un amigo que me quería ‘tumbar’ me había prestado un par de meses (“para que lo use a ver si le gusta y luego me lo compra, pero eso sí, es caro”). Gracias a ese Mac, para mí la computación se convirtió en algo casi mágico, un mundo abstracto habitado por íconos y ventanas, muy lejano del reino de comandos arcanos que uno debía escribir en la poco comunicativa pantalla de MS-DOS.
Como en ese entonces soñaba con ser periodista deportivo, pese a un muy fugaz paso por una facultad de ingeniería de sistemas, no pensé que el tal Bill Gates fuera a tener importancia alguna ni en mi carrera ni en el mundo; sin embargo guardé el artículo de L’Express porque me llamó la atención la descripción que hicieron de él como alguien excepcionalmente brillante pero bastante odioso y arrogante.
En 1993, recién transferido a la sección de tecnología de EL TIEMPO, tuve la fortuna de viajar a Seattle para conocer el cuartel general de Microsoft y escribir un artículo sobre los colombianos que trabajaban allí.
Era un lugar magnético, más parecido a un campus universitario que a una empresa, el cual reunía a los desarrolladores de software más inteligentes del planeta. Era normal ver algunos a las 11 de la mañana jugando voleibol porque en la cultura de Microsoft lo único importante eran los resultados, y cada persona era libre de buscar ‘inspiración’ como le diera la gana (me dijeron que igual se veía a esos mismos desarrolladores en la empresa a las 2 o 3 de la mañana porque las jornadas de 80 o más horas de trabajo a la semana eran lo habitual).
En ese mismo viaje hubo una escala en Atlanta, en donde se realizó el lanzamiento de Windows NT, y en donde pude conocer al singular personaje del perfil de L’Express. Ya era el hombre más rico de Estados Unidos, pero llegó sin guardaespaldas, tal como lo vería en otros certámenes en los años siguientes. No me pareció carismático, como lo es Steve Jobs (presidente de Apple), pero a esa altura ya había leído mucho sobre él y sabía que bajo su aire inofensivo se escondía un ícono del capitalismo salvaje.
De ahí en adelante, el cubrimiento de la fuente de tecnología ha sido en esencia seguir la vida de Gates y sus rivales, pues este hombre, tan admirado como odiado, ha sido el personaje más relevante del mundo de la tecnología en las últimas tres décadas. Gracias en buena medida a él, los PC son hoy una herramienta de uso cotidiano en todo el planeta.
Y como los villanos suelen ser los personajes más interesantes en cualquier historia, debo admitir que voy a extrañar al Gates de antes y la era que él marcó. La transición del mundo de los mainframes y los ‘minis’ al PC, el ascenso de Windows, la lucha de Office contra los programas de Lotus y WordPerfect, la derrota de Novel NetWare, la guerra entre Netscape y Explorer, el ocaso de Unix (y luego su resurrección encarnado en Linux) ante la fuerza del Windows para servidores, la batalla por el control de Internet contra Google y Yahoo, las ‘peloteras’ que enfrentaron a Gates con Larry Ellison, Steve Jobs y Scott McNeally… todas ellas son historias que tuvieron a Gates como protagonista, y que quedaron atrás con su retiro el mes pasado.
Un artículo reciente de Fortune tiene razón cuando dice que, a medida que su reinado en Microsoft finaliza, también lo hace la era que él dominó, pues Gates estaba perfectamente adaptado para su época (la de los PC), pero no lo está para la era fragmentada y colaborativa de la computación en Internet.
Por eso, al retirarse de Microsoft para manejar su fundación filantrópica, dice Fortune, Gates reconoce que su mejor trabajo en Microsoft ya quedó atrás y acepta “que la maldición de los innovadores es ser efímeros”.
]]>