Hasta hace poco, los sensores eran una tecnología reservada para aplicaciones de gran calado y gran presupuesto, como la ingeniería aeroespacial o la construcción hidráulica. Pero, gracias a la explosión móvil, podemos contar con ellos en usos económicos y cotidianos.
Los más sencillos están en la tecnología vestible. Gracias a ellos, tenemos gadgets que miden el ritmo cardíaco y el movimiento. Otras aplicaciones buscan, por ejemplo, ponerlos en los zapatos para saber como el usuario apoya sus pies y diagnosticar algún problema, o en los lentes como Google Glass, que pueden detectar la posición de su usuario en tiempo real.
Las ciudades y los carros también están llenándose de sensores para ser más eficientes y automáticos. Por ejemplo, ya es posible planear de mejor manera las actividades de limpieza y aseo, por ejemplo, o planificar mejor los espacios de parqueo.
Incluso, gracias a eso es que tenemos aparatos como Oculus Rift, que –según han admitido sus desarrolladores– se debe casi totalmente al hecho de que sea posible comprar partes de smartphone a un precio que hace que el desarrollo sea comercialmente viable.
El desarrollo de aplicaciones que los utilicen continúa todos los días, y queda claro que, al lado de las consecuencias más obvias que representa que cada persona tenga un móvil en el bolsillo, la popularización de los sensores que esto representa es otra característica igualmente revolucionaria de la expansión móvil.
Imagen: ENTER.CO